Sermón predicado la mañana del Domingo 19 de Agosto, 1883
por Charles Haddon Spurgeon
En Exeter Hall, Londres.
"Porque el pecado no se enseñoreará de vosotros; pues no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia. ¿Qué, pues? ¿Pecaremos, porque no estamos bajo la ley, sino bajo la gracia? En ninguna manera." -- Romanos 6:14,15.
El domingo pasado por la mañana intenté demostrar que la sustancia y esencia del verdadero Evangelio es la doctrina de la gracia de Dios; que, de hecho, si quitaran la gracia de Dios del Evangelio, le habrían suprimido la propia sangre de vida, y no quedaría en Él nada digno de ser predicado, de creerse o por lo cual luchar. La gracia es el alma del Evangelio: sin ella el evangelio está muerto. La gracia es la música del Evangelio: sin ella el Evangelio permanece en silencio en relación a todo consuelo.
Me he esforzado en explicar también la doctrina de la gracia en términos breves, enseñando que Dios trata con los hombres pecadores sobre la base de pura misericordia; encontrándolos culpables y condenados, les otorga perdones inmerecidos, sin tomar en cuenta para nada el carácter pasado o las buenas obras que puedan ser vistas por anticipado. Movido solamente por su piedad, Él desarrolla un plan para rescatarlos del pecado y sus consecuencias; un plan en el que la gracia es el principal atributo.
Como un favor inmerecido, Él ha proporcionado, en la muerte de su amado Hijo, una expiación por medio de la cual Él puede conceder su misericordia con justicia. Él acepta a todos aquellos que ponen su confianza en esta expiación, seleccionando la fe como el camino de salvación, para que todo sea solamente por gracia. En esto Él actúa por un motivo que se encuentra dentro de Él mismo, y no por ninguna razón encontrada en la conducta del pecador, ya sea pasada, presente o futura. Intenté demostrar que esta gracia de Dios fluye hacia el pecador desde el pasado más remoto, y comienza sus operaciones cuando aún no hay nada bueno en él; obra en él lo que es bueno y aceptable, y continúa trabajando de esa manera hasta que la obra de gracia está completada, y el creyente es recibido en la gloria para la que ya ha sido hecho digno de aceptación. La gracia comienza a salvar, y persevera hasta que todo esté hecho. Desde el principio hasta el fin, desde la "A" hasta la "Z" del alfabeto celestial, todo en la salvación es por gracia y solamente por gracia; todo es por un favor inmerecido, nada por méritos. "Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios." "Así que no depende del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia."
Tan pronto como esta doctrina es expuesta bajo una luz clara, los hombres comienzan a criticarla. Es el blanco al que le tira toda la lógica carnal. A las mentes no regeneradas nunca les ha gustado y nunca les gustará porque es muy humillante para el orgullo humano, y tiene en muy poca consideración la nobleza de la naturaleza humana.
Que los hombres sean salvos por caridad divina, que deban recibir perdón por el ejercicio de la prerrogativa real siendo criminales condenados, o por el contrario deben perecer en sus pecados, es una enseñanza que no pueden soportar.
Sólo Dios es exaltado en la soberanía de su misericordia; y el pecador no puede hacer otra cosa que tocar el cetro de plata mansamente, y aceptar el favor inmerecido tan sólo porque Dios se lo quiere dar: esto no es agradable para las grandes mentes de nuestros filósofos ni para las anchas filacterias de nuestros moralistas, y por ello se dan la vuelta y luchan contra el imperio de la gracia. El hombre no regenerado busca de inmediato la artillería con la que puede luchar contra el Evangelio de la gracia de Dios, y uno de los más grandes cañones que jamás haya traído al frente es la declaración que la doctrina de la gracia de Dios debe conducir al libertinaje. Si grandes pecadores son salvados inmerecidamente, entonces los hombres se convertirán más fácilmente en grandes pecadores; y si la gracia de Dios habita en el hombre cuando Dios lo regenera, entonces los hombres concluirán que pueden vivir como les dé la gana y, sin embargo, ser salvos.
Ésta es la objeción constantemente repetida que he oído hasta el cansancio, con su ruido vano y falso. Casi me avergüenzo de tener que refutar tan abominable argumento. Se atreven a afirmar que los hombres se sentirán con licencia para ser culpables por esa gracia de Dios y no titubean en decir que si los hombres no son salvos por sus obras, entonces llegarán a la conclusión que su conducta es un asunto sin importancia, y que pueden pecar para que abunde la gracia. Esta mañana quiero hablar un poco acerca de esta noción; porque en parte es un gran error, y en parte es una gran mentira.
En parte es un error porque tiene su origen en un entendimiento incorrecto, y en parte es una mentira porque los hombres saben que no es cierto o deberían saberlo, si así lo quisieran. Comienzo aceptando que el cargo parece de alguna manera algo probable. Parece muy probable que si vamos a ir por todos lados diciendo: "El peor de los pecadores puede ser perdonado si cree en Jesús, porque Dios está manifestando su misericordia al más vil de los viles," entonces el pecado parecerá como algo que no tiene importancia. Si por todos lados vamos a proclamar: "Vengan ustedes pecadores, vengan y sean bienvenidos, y reciban perdón gratuito e inmediato a través de la gracia soberana de Dios," entonces sí parece probable que algunas personas de manera vil repliquen: "Pequemos sin medida, pues fácilmente podemos obtener perdón."
Pero lo que parece ser probable no es, por consiguiente, cierto: por el contrario, lo improbable y lo inesperado, muy a menudo suceden. En cuestiones de influencia moral nada es más engañoso que la teoría. Los caminos de la mente humana no pueden ser dibujados con un lápiz y un compás; el hombre es un ser muy singular. Aún lo que es lógico no es siempre inevitable, porque las mentes de los hombres no están gobernadas por las reglas de las escuelas. Creo que la conclusión que llevaría a los hombres a pecar porque la gracia reina no es lógica, sino precisamente lo contrario; y me atrevo a afirmar que, de hecho, los hombres impíos, como regla no toman como pretexto la gracia de Dios como una excusa para su pecado. Como regla son demasiado indiferentes para preocuparse por cualquier tipo de razones; y si ofrecen una excusa es usualmente más débil y superficial. Puede haber unos pocos hombres de mentes perversas que hayan usado este argumento, pero no hay un registro de las extravagancias del entendimiento caído.
Perspicazmente sospecho que en esos casos en los que tal razonamiento se ha sugerido, fue un mero pretexto, y de ninguna manera una excusa que dejara satisfecha a la propia conciencia del pecador. Si así se disculpan los hombres, es generalmente de una manera velada, porque la mayor parte de ellos estarían completamente avergonzados de plantear ese argumento en términos claros. Me pregunto si el mismo diablo pudiera utilizar tales razonamientos: "Dios es misericordioso, por consiguiente seamos más pecadores." Es una conclusión tan diabólica, que no me gusta culpar a mis semejantes por eso, aunque nuestros oponentes moralistas no titubean en degradarlos así a ellos. Seguramente, ningún ser inteligente puede persuadirse realmente que la bondad de Dios es una razón para ofenderlo más que nunca.
La locura moral produce extraños razonamientos, pero es mi convicción solemne que los hombres muy raramente consideran en la práctica que la gracia de Dios es un motivo para pecar. Lo que parece tan probable a primera vista, deja de serlo cuando llegamos a considerarlo. He admitido que unos cuantos seres humanos han tornado la gracia de Dios en libertinaje; pero confío en que nadie argumente alguna vez contra cualquier doctrina al sólo considerar el uso perverso que de ella haga la gente más baja. ¿Acaso no se puede pervertir cualquier verdad? ¿Hay alguna doctrina de la Escritura que manos sin gracia no hayan torcido convirtiéndola en maldad? ¿No hay una casi infinita inventiva en los hombres malvados para convertir el bien en mal?
Si vamos a condenar una verdad por el mal comportamiento de individuos que profesan creerla, nos encontraríamos condenando a nuestro Señor mismo por lo que hizo Judas, y nuestra santa fe moriría en las manos de apóstatas e hipócritas. Actuemos como hombres racionales. No culpamos a las sogas porque algunas criaturas locas se han ahorcado con ellas; ni pedimos que la cuchillería de Sheffield deba ser destruida porque los utensilios filosos son instrumentos de los asesinos.
Puede parecer probable que la doctrina de la gracia inmerecida se convierta en una licencia para pecar, pero una mejor familiaridad con el curioso trabajo de la mente humana corrige esa noción. Caída como está la naturaleza humana, sigue siendo humana, y por consiguiente no toma benévolamente ciertas formas del mal, tales como por ejemplo, la ingratitud. Casi no es humano multiplicar agravios sobre quienes nos otorgan continuos beneficios. El caso me recuerda la historia de media docena de muchachos que tenían padres muy severos, que acostumbraban azotarlos hasta dejarlos medio muertos. Otro muchacho estaba con ellos el cual era amado tiernamente por sus padres, y se lo demostraban. Estos jóvenes muchachos se reunieron para tener un consejo de guerra para robar un huerto. Todos estaban ansiosos de poner manos a la obra excepto el joven favorecido por sus padres, al que no le gustó la propuesta. Uno de ellos exclamó, ""Tú no tienes por qué tener miedo: si nuestros padres nos atrapan en este trabajo, nos dejarán medio muertos, pero tu padre no pondrá su mano sobre ti." El jovencito respondió, "¿Y piensan ustedes que por ser mi padre bueno conmigo, yo por eso haré algo malo y lo afligiré con mi actitud? No le haré nada de eso a mi padre amado. Es tan bueno conmigo que no quiero contrariarlo." Parecería que el argumento de ese grupo de muchachos no fue avasalladoramente convincente para este compañero: la conclusión opuesta era completamente lógica, y evidentemente llevaba un peso en ella.
Si Dios es bueno con quienes no lo merecen, algunos hombres se entregarán al pecado, pero hay otros de un orden más noble a quienes la bondad de Dios los guía al arrepentimiento. Desprecian el argumento bestial que, entre más amoroso es Dios, más rebeldes podemos ser; y sienten que contra un Dios de bondad, rebelarse es algo malo.
Por cierto, no puedo evitar observar que he conocido personas que objetan la mala influencia de las doctrinas de la gracia, que no estaban de ninguna manera calificados por su propia moralidad para ser jueces en esta materia. La moral debe estar en muy mala condición, cuando personas inmorales se vuelven sus guardianes. La doctrina de la justificación por la fe es frecuentemente objetada como dañina para la moral. Un periódico hace tiempo citó un verso de uno de nuestros himnos populares:
"Tú: fatigado, agobiado, ¿Porqué te agotas así?
Deja tus obras. Todo fue hecho hace mucho, mucho tiempo.
Hasta que no te aferres con simple fe al trabajo de Jesús,
Las obras son fatales, las obras terminan en la muerte."
Esto lo consideraron como un ejemplo de enseñanza dañina. Cuando leí el artículo sentí un profundo interés en este corrector de Lutero y Pablo, y me pregunté, cuánto habría bebido para poder elevar su mente a tal altura del conocimiento teológico. He encontrado hombres alegando contra las doctrinas de la gracia bajo la base que no promueven la moralidad y a los cuales con justicia podría haberles replicado, "¿Qué tiene la moralidad que hacer contigo, o tú con ella?" Estos porfiados, rigoristas de las buenas obras, a menudo no son quienes las hacen. Que los legalistas miren sus propias manos y lenguas, y dejen que el Evangelio de la gracia y sus defensores respondan por ellos mismos.
Mirando atrás en la historia, veo en sus páginas una refutación a la calumnia tan a menudo repetida. ¿Quién se atreve a sugerir que los hombres que creyeron en la gracia de Dios fueron más pecadores que otros pecadores? Con todas sus fallas, aquellos que les arrojan piedras serán muy pocos si primero prueban que fueron superiores en carácter. ¿Cuándo han sido ellos promotores del vicio o defensores de la injusticia? Vayamos al punto de la historia inglesa cuando esta doctrina era muy poderosa. ¿Quiénes eran los hombres que sostenían esta doctrina más firmemente? Hombres como Owen, Charnock, Manton, Howe, y no dudo en agregar a Oliver Cromwell. ¿Qué clase de hombres eran éstos? ¿Compartían los caprichos del desenfreno de una corte? ¿Inventaron un Libro de Diversiones para divertirse en el día del Señor? ¿Frecuentaban las tabernas y lugares de fiesta? Cualquier historiador les dirá que la falta más grande de estos hombres a los ojos de sus enemigos fue que eran demasiado correctos para la generación en la que vivían, y por eso les llamaron "puritanos," y los condenaron porque sostenían una teología sombría.
Señores, si había iniquidad en la tierra en esos días, se encontraba en el partido teológico que predicaba la salvación por obras. Esos caballeros con rizos al estilo de las damas y muy perfumados, cuyos discursos tenían un sabor profano, eran los abogados de la salvación por obras, y todos enlodados y salpicados por la lujuria abogaban por el mérito humano; sin embargo los hombres que creían en la gracia solamente eran de otro estilo. No estaban en las cámaras del alboroto y el libertinaje; ¿en dónde estaban? Se les podía encontrar de rodillas clamando a Dios pidiendo ayuda en la tentación; y en los tiempos de persecución se podían encontrar en la prisión sufriendo con alegría la pérdida de todas sus cosas por causa de la verdad. Los puritanos eran los hombres más piadosos sobre la faz de la tierra. ¿Son tan inconsistentes los hombres que les ponen un apodo por su pureza y, sin embargo, dicen que sus doctrinas conducen al pecado? Y no es un ejemplo solitario el del Puritanismo; toda la historia confirma la regla: y cuando se dice que estas doctrinas promueven el pecado, yo apelo a los hechos, y dejo que el oráculo responda como pueda.
Si alguna vez queremos a ver a una Inglaterra piadosa y pura, debemos tener una Inglaterra evangelizada: si vamos a sofocar la embriaguez y el mal social debe de ser por la proclamación de la gracia de Dios. Los hombres deben ser perdonados por gracia, renovados por gracia, transformados por gracia, santificados por gracia, preservados por gracia; y cuando eso llegue a suceder será el amanecer de la edad de oro; pero mientras se les enseñe simplemente su deber, y se les deje para que lo cumplan por ellos mismos con su propia fuerza, es un trabajo en vano.
Puedes darle de latigazos a un caballo muerto por mucho tiempo sin que se mueva: necesitarías infundirle vida, pues de lo contrario todos tus latigazos serán en vano. Enseñar a caminar a hombres que no tienen pies es una pobre tarea, y lo mismo es instruir en la moral antes que la gracia le dé al corazón el amor a la santidad. Sólo el Evangelio les proporciona a los hombres motivo y poder, y por consiguiente, es al Evangelio al que debemos mirar como el verdadero reformador del hombre. Lucharé esta mañana contra la objeción que tenemos enfrente conforme se me dé fuerza. La doctrina de la gracia, todo el plan de salvación por la gracia, alienta en grado sumo a la santidad.
Cada vez que se nos hace la pregunta: "¿pecaremos porque no estamos bajo la ley, sino bajo la gracia?" nos ayudará responder: "Dios no lo quiera." Esto quiero exponerlo a la clara luz del sol. Quiero llamar la atención de ustedes a unos seis o siete puntos.
I. Primero, ustedes verán que el Evangelio de la gracia de Dios promueve la santidad real en los hombres haciéndoles recordar que LA SALVACIÓN QUE TRAE ES SALVACIÓN DEL PODER DEL PECADO. Cuando predicamos la salvación a los hombres más viles, algunos suponen que queremos decir una simple liberación del infierno y una entrada al cielo. Incluye todo eso, y trae como resultado eso, pero eso no es lo que queremos decir. Lo que queremos decir por salvación es esto: liberar del amor al pecado, rescatar del hábito del pecado, hacer libre del deseo del pecado. Ahora escuchen. Si así es, si esa bendición de la liberación del pecado es el don de la gracia divina, ¿de qué manera ese don, o su distribución inmerecida, pueden producir pecado? No veo tal peligro. Por el contrario, le digo al hombre que proclama una promesa gratuita de victoria sobre el pecado, "Apresúrate: ve de arriba abajo a través del mundo, y dile a los más viles de los hombres que Dios, por Su misericordia, está dispuesto a liberarlos del amor al pecado y convertirlos en nuevas criaturas."
Supongamos que la salvación que predicamos es ésta: ustedes que han vivido vidas impías y malvadas pueden disfrutar de sus pecados, y sin embargo escapar al castigo. Eso sí sería seguramente malvado.
Pero si lo que predicamos es: ustedes que viven las vidas más impías y malvadas pueden todavía, creyendo en el Señor Jesús, ser habilitados para cambiar esas vidas, de manera que vivan para Dios en lugar de servir al pecado y a Satanás.
¿Qué daño puede venir según la moralidad más ejemplar? Oh, yo digo que divulguen tal evangelio, y que circule por todo nuestro vasto imperio, y que todos los hombres lo oigan, ya sea que gobiernen en la Casa de los Lores o que sufran en casa de servidumbre. Digan en todos lados que Dios gratuitamente y por misericordia infinita está dispuesto a regenerarlos, y hacer de ellos nuevas criaturas en Cristo Jesús. ¿Pueden venir malas consecuencias de la más gratuita proclamación de esta noticia? Los peores hombres son a quienes veríamos abrazar esta verdad con mayor gozo, porque ellos son los que más la necesitan. Yo les digo a cada uno de ustedes, quien quiera que sea, cualquiera que sea su condición pasada, Dios te puede renovar de acuerdo al poder de Su gracia; así que, ustedes que son para Él como huesos muertos y secos, pueden ser revividos por su Espíritu.
Esa renovación se verá en pensamientos santos, y palabras puras, y actos rectos para la gloria de Dios. Él está preparado con grande amor para obrar todas estas cosas en todos los que creen. ¿Por qué debería enojarse alguien por esta afirmación? ¿Qué daño puede derivarse de ella? Desafío al más astuto adversario a objetar, sobre la base de la moralidad, que Dios dé a los hombres nuevos corazones y espíritus rectos si así le place.
II. Segundo, que no se olvide, en efecto, que, EL PRINCIPIO DEL AMOR HA DEMOSTRADO POSEER UN GRAN PODER SOBRE LOS HOMBRES. En la infancia de la historia las naciones soñaban que podían frenar el crimen por medio de la severidad, y descansaban en fieros castigos; pero la experiencia corrige el error. Nuestros antepasados temían a la falsificación, que es un fraude preocupante, e interfiere con la confianza que debe existir entre las personas. Simplemente hicieron a la falsificación una ofensa de pena capital. ¡Ay, cuántos asesinatos fueron cometidos por esa ley! Sin embargo el uso constante del cadalso nunca fue suficiente para desarraigar el crimen. Muchos delitos han sido creados y multiplicados por su correspondiente castigo que tenía la intención de suprimirlos. Algunos delitos casi han desaparecido cuando la pena contra ellos ha sido aligerada.
Es un hecho notable en lo que respecta al ser humano, que si se le prohíbe hacer alguna cosa, inmediatamente suspira por hacerla, aunque nunca antes haya pensado en hacerla. La ley ordena la obediencia, pero no la promueve; a menudo crea desobediencia, y se ha sabido que un castigo excesivo provoca el delito. La ley falla, pero el amor gana.
El amor en cualquier caso hace que el pecado sea vergonzoso. Si alguno roba a otro, eso es suficientemente malo; pero supongamos que un hombre roba a su amigo, que lo ha ayudado a menudo cuando ha tenido necesidad. Todos dirían que su crimen es de lo más horrendo. El amor marca al pecado en la frente con un hierro al rojo vivo. Si un hombre mata a un enemigo, el delito sería penoso; pero si le quita la vida a su padre, a quien le debe su vida, o a su madre, en cuyos pechos fue criado en la infancia, entonces todos clamarían contra ese monstruo. A la luz del amor el pecado es visto como excesivamente pecaminoso.
Y esto no es todo. El amor tiene un gran poder que nos fuerza a la más alta forma de la virtud.
Trabajos a los que un hombre no podría ser obligado con base en la ley, son hechos con alegría por amor. ¿Acaso nuestros valientes marinos tripularían el bote salvavidas para obedecer una ley del Parlamento? No, con indignación se rebelarían por ser forzados a arriesgar sus vidas; pero lo harán gratuitamente por salvar a sus semejantes.
Recuerden ese texto del apóstol, "Ciertamente, apenas morirá alguno por un justo; con todo," dice, "pudiera ser que alguno osara morir por el bueno." La bondad gana al corazón, y uno está listo para morir por el bueno y generoso. Miren cómo los hombres han ofrendado sus vidas por los grandes líderes. Se convirtió en una frase inmortal, aquella del soldado francés herido. Cuando el cirujano cortó profundamente buscando la bala, el paciente exclamó, "Un poco más abajo y tocará al Emperador," queriendo decir que el nombre del Emperador estaba grabado en su corazón. En varias ocasiones notables los hombres se han arrojado en las fauces de la muerte, para salvar al líder amado. Por el deber se defiende una fortificación, pero el amor arroja el cuerpo en el camino de la bala mortal. ¿Quién pensaría en sacrificar su vida por causa de la ley? Sólo el amor no considera la vida tan preciosa como el servicio al amado. El amor a Jesús crea un heroísmo del que la ley no sabe nada. Toda la historia de la iglesia de Cristo, cuando ha sido fiel a su Señor, es una prueba de esto.
La bondad también, trabajando por la ley del amor, ha cambiado frecuentemente al más indigno, y en ello ha probado que no es un factor de mal. A menudo hemos oído la historia del soldado que había sido degradado a los niveles más bajos, y azotado y encarcelado, y sin embargo se embriagaba, y se comportaba mal. El oficial comandante se dijo un día, "he intentado casi todo con este hombre, y no puedo hacer nada con él. Intentaré otra cosa más." Cuando le fue llevado a su presencia, el oficial se dirigió a él, y dijo, "Tú pareces incorregible: hemos intentado todo contigo; no parece que haya esperanza de cambio en tu infame conducta. Estoy determinado a comprobar si otro plan puede tener algún efecto. Aunque mereces azotes y una larga prisión, te perdonaré gratuitamente." El hombre se conmovió grandemente por el perdón inesperado e inmerecido, y se convirtió en un buen soldado. La historia lleva la verdad en su frente: todos vemos que probablemente así debía terminar.
Las anécdotas son tan buen argumento que voy a decir otra. Un borracho se despertó una mañana de su embriaguez, con su ropa puesta tal como se había desplomado en la cama la noche anterior. Vió a su única pequeña, su hija Millie, haciéndole el desayuno. Despabilándose le dijo, "Millie, ¿por qué permaneces conmigo?" Ella le respondió, "porque eres mi padre, y porque te amo." Él se miró, y vió qué criatura tan torpe, harapienta e inútil era él, y le dijo, "¿Millie, realmente me amas? La niña exclamó, "Sí, padre, te amo, y nunca te dejaré, porque al morir mamá me dijo, 'Millie, quédate con tu papá y siempre ora por él, y uno de estos días dejará la bebida, y será un buen padre para ti'; por eso nunca te dejaré." ¿Es maravilloso si agrego, como sucedió en la historia, que el padre de Millie dejó la bebida, y se convirtió en un hombre cristiano? Hubiera sido más asombroso si no lo hubiera hecho. Millie estaba confiando en la gracia inmerecida, ¿o no? De acuerdo a nuestros moralistas ella debió haber dicho, "¡Padre, eres un horrible hombre miserable! Ya he permanecido contigo lo suficiente; ahora debo dejarte, pues si no, estaré alentando a otros padres a emborracharse." Bajo ese tratamiento tan adecuado me temo que el padre de Millie hubiera continuado su borrachera hasta su total perdición. Pero el poder del amor hizo de él un hombre mejor. ¿No prueban estos ejemplos que el amor inmerecido tiene una gran influencia para bien?
Oigan otra historia: En los tiempos antiguos de persecución vivía en Cheapside un hombre que temía a Dios y asistía a las reuniones clandestinas de los santos; y cerca de él vivía un pobre zapatero remendón cuyas necesidades eran a menudo aliviadas por el comerciante; sin embargo ese pobre hombre era un ser de lo más insensato e ingratamente, por la esperanza de una recompensa, dio información contra ese amigo bondadoso por causa de su religión. Esta acusación hubiera llevado al comerciante a la muerte en la hoguera si no hubiera hallado el medio de escaparse. Al regresar a su casa, el hombre ofendido no cambió su comportamiento generoso con el malvado zapatero, sino que, por el contrario, fue más liberal que nunca. El zapatero estaba, sin embargo, con ánimo amargado, y evitaba al buen hombre hasta donde podía, y huía de él si se acercaba. Un día se vió obligado a enfrentarlo cara a cara, y el hombre cristiano le preguntó delicadamente, "¿Por qué me evitas? No soy tu enemigo, sé todo lo que hiciste para dañarme, pero nunca he tenido un pensamiento de enojo contra ti. Te he ayudado, y deseo hacerlo mientras viva. Seamos pues amigos." ¿Se maravillan porque se dieron la mano? ¿Se asombrarían si les digo que poco tiempo después, ese pobre hombre asistía a las perseguidas reuniones de los Lolardos de esa época?
Todas estas anécdotas descansan sobre el hecho cierto que la gracia tiene un extraño poder someter, y conduce al ser humano al bien, atrayéndolo con cuerdas de amor, y lazos de hombre. El Señor sabe que aún siendo tan malos como son los hombres, la llave de sus corazones cuelga del clavo del amor. Sabe que su bondad todopoderosa, aunque a menudo es contrariada, triunfará al final. Creo que mi punto está probado. Para mí, sí lo está. Debemos seguir adelante.
III. No hay temor que la doctrina de la gracia de Dios vaya a conducir a los hombres al pecado, porque SUS OPERACIONES ESTÁN CONECTADAS CON UNA REVELACIÓN ESPECIAL DE LA MALDAD DEL PECADO. La iniquidad se vuelve excesivamente amarga antes de ser perdonada o cuando es perdonada. Cuando Dios comienza a tratar con un hombre con miras a borrar sus pecados y convertirlo en Su hijo, usualmente lo conduce a ver sus malos caminos en toda su atrocidad; lo hace mirar al pecado fijamente, hasta que grita con David, "Mi pecado está siempre delante de mí."
En mi propio caso, cuando estaba bajo la convicción de pecado, ningún objeto alentador se ponía al alcance de mi vista mental, mi alma veía sólo oscuridad y una horrible tempestad. Parecía como si una horrible mancha estuviera pintada en cada uno de mis ojos. La culpa, como un severo oficial, corría las cortinas de mi cama, de manera que no descansaba, sino que en mi sopor anticipaba la ira venidera.
Sentía que había ofendido a Dios, y que esto era la cosa más abominable que un ser humano puede hacer. No iba de acuerdo con mi Creador, no iba de acuerdo con el universo; me había condenado yo mismo para siempre, y me preguntaba porqué no sentía de inmediato el roer del gusano que no muere. Aún en este momento la vista del pecado causa en mi corazón las emociones más terribles.
Cualquier hombre o mujer que haya pasado por esa experiencia, o alguna parecida, de ahí en adelante sentirá un profundo horror por el pecado. Un niño que ha sufrido quemaduras le teme al fuego. "No," dice el pecador a su tentador, "alguna vez me engañaste, y me lastimé tanto por ello que no seré engañado otra vez. He sido liberado, como un carbón que escapa del fuego, y no puedo regresar al fuego."
Por las operaciones de la gracia nos hemos cansado del pecado; lo odiamos tanto a él como a sus placeres imaginarios. Quisiéramos exterminarlo totalmente del suelo de nuestra naturaleza. Es una cosa maldita, tal como Amalek lo fue para Israel.
Si tú, mi amigo no detestas toda cosa inmoral, me temo que todavía estás en hiel de amargura; pues uno de los frutos seguros del Espíritu es el amor a la santidad, y un repudio a todo camino falso. Una profunda experiencia interna le prohíbe pecar al hijo de Dios: ha conocido dentro de sí mismo su juicio y su condenación, y de allí en adelante es una cosa aborrecible para él. Existe una enemistad tanto fiera como interminable entre la semilla elegida y la simiente de maldad de la serpiente del mal: por tanto el temor que se abuse de la gracia es infundado.
IV. Recuerden también que, no solamente el hombre perdonado se opone así contra el pecado por un proceso de convicción, sino que TODO HOMBRE QUE PRUEBA LA GRACIA SALVADORA DE DIOS ES HECHO UNA NUEVA CRIATURA EN CRISTO JESÚS.
Ahora pues, si la doctrina de la gracia en manos de un hombre ordinario podría ser peligrosa, deja de serlo en las manos de uno que esté regenerado por el Espíritu y renovado en la imagen de Dios. El Espíritu Santo viene sobre el elegido y lo transforma: su ignorancia es suprimida, sus afectos cambiados, su entendimiento es iluminado, su voluntad es sometida, sus deseos refinados, su vida es cambiada; de hecho, él es como un recién nacido, para quien todas las cosas se han hecho nuevas.
Este cambio es comparado en la Escritura con la resurrección de los muertos, con una creación, y con un nuevo nacimiento. Esto ocurre en todo hombre que llega ser partícipe de la gracia inmerecida de Dios. "Os es necesario nacer de nuevo," dijo Cristo a Nicodemo; y los hombres que han hallado gracia vuelven a nacer. Alguien dijo el otro día, "Si creyera que soy salvo por toda la eternidad, viviría en el pecado." Tal vez tú vivirías así; pero si fueras renovado en tu corazón no vivirías en él. "Pero," dice alguien, "si creyera que Dios me amó aún antes de la fundación del mundo, y que, por consiguiente voy a ser salvo, me lanzaría de lleno al pecado." Tal vez tú y el diablo lo harían; pero los hijos regenerados de Dios no son de naturaleza tan baja. Para ellos la abundante gracia del Padre es un lazo de rectitud que ellos nunca pensarían en romper: ellos sienten las dulces restricciones de la sagrada gratitud, y desean perfeccionar la santidad en el temor del Señor.
Todos los seres viven de acuerdo a su naturaleza, y el hombre regenerado ejercita los santos instintos de su mente renovada: clamando por la santidad, combatiendo en contra del pecado, esforzándose para ser puro en todas las cosas, el hombre regenerado pone toda su fuerza hacia lo que es puro y perfecto. Un corazón nuevo hace toda la diferencia. Una vez dada una naturaleza nueva, entonces todas las inclinaciones corren por un camino diferente, y las bendiciones del omnipotente amor ya no implican peligro sino que sugieren las aspiraciones más altas.
V. Una de las principales certidumbres para la santidad del perdonado se haya en la manera de la PURIFICACIÓN POR LA EXPIACIÓN. La sangre de Jesús santifica tanto como perdona. El pecador aprende que su perdón gratuito le costó la vida a su mejor Amigo; que para su salvación el mismo Hijo de Dios agonizó hasta el sudor sangriento, y murió abandonado por Su Padre. Esto ocasiona un sagrado lamento por el pecado, conforme mira al Señor a quien traspasó. El amor a Jesús arde dentro del pecho del pecador perdonado, porque el Señor es su Redentor y por ello, siente una ardiente indignación contra ese mal asesino que es el pecado. Para él, cualquier tipo de pecado es detestable, pues está manchado con la sangre del corazón del Salvador.
Cuando el pecador penitente escucha el grito de "Eloi, Eloi, ¿lama sabactani?" se horroriza al pensar que alguien tan puro y bueno sea abandonado por el cielo a causa del pecado que tuvo que soportar en lugar de Su pueblo.
Por la muerte de Jesús la mente llega a la conclusión que el pecado es excesivamente pecaminoso a la vista del Señor; pues si la justicia eterna no tuvo piedad ni aún del Bienamado Jesús cuando se le imputó a Él, ¿cuánta menos piedad tendrá con los hombres culpables? Debe ser una cosa indeciblemente plena de veneno la que pudo hacer sufrir tan terriblemente al inmaculado Jesús.
No se puede imaginar nada que pueda tener un poder mayor para las almas que han hallado gracia, que la visión de un Salvador crucificado denunciando el pecado a través de todas Sus heridas y por cada gota de sangre que derrama. ¡Qué! ¿Vivir en el pecado que asesinó a Jesús? ¿Encontrar placer en eso que ocasionó Su muerte? ¿Tomar a la ligera lo que ocasionó que Su gloria cayera en el polvo? ¡Imposible! Así pueden ver que los dones de la gracia inmerecida, cuando son entregados por una mano traspasada, nunca es posible que sugieran autoindulgencia en el pecado, sino todo lo contrario.
VI. Sexto, un hombre que llega a participar de la gracia divina, y recibe la nueva naturaleza, de allí en adelante siempre es UN PARTICIPANTE DE LAS AYUDAS DIARIAS DEL ESPÍRITU SANTO DE DIOS. Dios el Espíritu Santo se digna habitar en el pecho de cada hombre a quien Dios ha salvado por su gracia. ¿No es ése un maravilloso medio de santificación? ¿Por qué otro proceso pueden ser mejor protegidos los hombres del pecado, sino teniendo al propio Espíritu Santo habitando como un Guardián dentro de sus corazones? El Espíritu siempre bendito conduce a los creyentes a orar mucho, y ¡qué poder de santidad se encuentra en el hijo de la gracia al hablar con el Padre celestial!
El hombre tentado vuela a su habitación, le revela a Dios su aflicción, mira las heridas que fluyen de su Redentor, y sale fortalecido para resistir la tentación. También la palabra divina, con sus preceptos y promesas, es una fuente de santificación que nunca falla. Si no fuera porque todos los días nos sumergimos en la sagrada fuente del poder eterno, pronto estaríamos débiles e irresolutos; pero la comunión con Dios nos renueva para nuestra vigorosa ofensiva contra el pecado.
¿Cómo es posible que las doctrinas de la gracia sugieran pecar al hombre que constantemente se acerca a Dios? El hombre regenerado también es frecuentemente avivado en su conciencia, de manera que cosas que antes no le parecían pecaminosas, son vistas bajo una luz más clara, y consecuentemente ahora son condenadas. Yo sé que hoy, ciertos asuntos son pecados para mí, y que no lo parecían hace diez años. Confío que mi juicio se ha liberado más y más de la ceguera del pecado.
La conciencia natural es insensible y dura; pero la conciencia que ha hallado la gracia, se torna más y más tierna hasta que llega ser tan sensible como una herida abierta. Quien tiene mayor gracia está más conciente de su necesidad de mayor gracia. Los que poseen la gracia a menudo tienen miedo de poner un pie delante del otro por miedo de hacer algo malo. ¿No han sentido ese miedo santo, esta precaución sagrada? Es por este medio que el Espíritu Santo te impide que cambies tu libertad cristiana por el libertinaje o que te atrevas a hacer de la gracia de Dios un argumento a favor de la insensatez.
Entonces, además de esto, el buen Espíritu nos guía a una elevada y santa comunión con Dios, y yo desafío al hombre a que viva en el monte con Dios, y después baje para pecar como los hombres del mundo. Si tú has caminado sobre el piso del palacio de la gloria, y has visto al Rey en Su belleza, hasta que la luz de Su rostro se ha convertido en tu cielo, no puedes estar contento con la tristeza y tinieblas de las tiendas de la maldad. Mentir, engañar, fingir, como lo hacen los malvados, ya no te parecerá bien. Tú eres de otra raza, y tu conversación está por encima de ellos. "Tu manera de hablar te descubre." Si en verdad habitas con Dios, el perfume de los palacios de marfil te cubrirá, y los hombres sabrán que tú has estado en otros lugares diferentes a los de ellos.
Si el hijo de Dios se desvía del camino en cualquier grado, pierde en algún grado la dulzura de su comunión, y sólo si camina cuidadosamente con Dios, disfruta de una comunión plena; así que, este ascenso o descenso en la comunión se convierte en una especie de disciplina paternal en la casa del Señor. No tenemos una corte con un juez, pero tenemos un hogar con Su paternidad, con Su sonrisa y con Su vara. No nos falta orden en la familia del amor, porque nuestro Padre nos trata como Sus hijos. Así, de mil maneras, todo el peligro por nuestras conjeturas acerca de la gracia, es removido eficazmente.
VII. LA ENTERA ELEVACIÓN DEL HOMBRE QUE ES HECHO PARTICIPANTE DE LA GRACIA DE DIOS ES también una salvaguarda especial contra el pecado. Me atrevo a decir, aunque pueda ser controvertible, que el hombre que cree en las doctrinas gloriosas de la gracia es usualmente un hombre de mucho mayor estilo que la persona que no tiene opinión de ese asunto.
¿En qué piensa la mayoría de los hombres? En la comida, en la renta de su casa, y en el vestido. Pero los hombres que consideran las doctrinas del evangelio meditan en el eterno pacto, la predestinación, el amor inmutable, el llamamiento eficaz, Dios en Cristo Jesús, la obra del Espíritu, la justificación, la santificación, la adopción, y otros temas igualmente nobles. ¡Oh! ¡Qué refrescante es ver simplemente el catálogo de esas grandiosas verdades!
Otros parecen niños jugando con montoncitos de arena en la playa; pero el creyente en la gracia inmerecida camina entre colinas y montañas. Los temas del pensamiento se alzan imponentes alrededor de él, como Alpes sobre Alpes; la estatura mental del hombre se eleva con sus entornos, y se convierte en un hombre prudente, en comunión con lo sublime. No es de poca importancia esto, para una cosa tan dispuesta a envilecerse, como es el intelecto humano promedio. En relación a la liberación de bajos vicios y anhelos degradantes, esta doctrina debe ser promovida y será de mucha ayuda.
La irreflexión es la madre prolífica de la perversidad. Es un signo esperanzador cuando las mentes comienzan a discurrir entre verdades sublimes. El hombre que ha sido enseñado por Dios para pensar no estará tan preparado para pecar como el ser cuya mente está enterrada bajo su carne. El hombre ha obtenido ahora una visión muy diferente de la que lo condujo a derrochar su tiempo con la idea que no había nada mejor para él, que divertirse mientras podía. Él dice, "Yo soy uno de los elegidos de Dios, ordenado para ser Su hijo, Su heredero, heredero conjuntamente con Jesucristo. He sido apartado para ser un rey y un sacerdote para Dios, y, como tal, no puedo ser impío, ni vivir para los objetos comunes de la vida."
Él mismo se eleva en el objeto que lo ocupa: de ahora en adelante no puede vivir para sí mismo, porque ya no se pertenece, fue comprado con un precio. Ahora habita en la presencia de Dios, y la vida para él es real, de entrega, sublime. No se preocupa en juntar a duras penas el oro con el rastrillo de estiércol del codicioso, porque es inmortal y debe necesariamente buscar ganancias eternas. Siente que ha nacido para propósitos divinos, y pregunta "Señor, ¿qué quieres que yo haga?" Siente que Dios lo ha amado para que Su amor pueda fluir también hacia otros.
La elección de cualquier hombre por Dios tiene una interrelación con todos: elige a José para que una familia completa, una nación completa, más aún, el mundo entero, puedan ser preservados con vida cuando el hambre ha quebrantado el sustento del pan. Somos cada uno como una lámpara encendida para que pueda brillar en la oscuridad, e iluminar otras lámparas.
Las nuevas esperanzas llegan agolpándose en el hombre que es salvo por gracia. Su espíritu inmortal goza de atisbos de lo que no tiene fin. Como Dios lo ha amado en el tiempo, él cree que ese mismo amor lo va a bendecir en la eternidad. Sabe que su Redentor vive, y que al fin, él lo mirará; por ello no teme el futuro. Aun aquí abajo él comienza a cantar los himnos de los ángeles, porque su espíritu vislumbra desde lejos el amanecer de la gloria que todavía se ha de manifestar. Así con corazón gozoso y paso ligero va adelante al futuro desconocido tan alegremente como a una fiesta de bodas.
¿Hay aquí un pecador, un pecador culpable, alguien que no tenga ningún mérito, ni derecho a algún tipo de misericordia, hay aquí alguno deseoso de ser salvo por la gracia inmerecida de Dios por medio de la fe en Jesucristo? Entonces déjame decirte, pecador, no hay ninguna palabra en el libro de Dios en contra tuya, ni una línea ni sílaba, sino que todo es a favor tuyo. "Palabra fiel y digna de ser recibida por todos: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores." Aún al peor de ellos. Jesús vino al mundo para salvarte a ti. Tan solo confía en Él, y descansa en Él.
Te voy a decir algo que te hará ir a buscar a Cristo de inmediato, es el pensamiento de Su amor asombroso. Un hijo libertino había sido una gran aflicción para su padre, le había robado y avergonzado, y, por último, terminó provocando que sus cabellos grises se fueran con tristeza a la tumba. Era un miserable: nadie pudiera ser más desvergonzado. Sin embargo, asistió al funeral de su padre, y permaneció para oír la lectura del testamento, tal vez era la principal razón para estar ahí. Se había hecho completamente a la idea que su padre no le iba a dejar un centavo, y había resuelto que haría pasar ratos muy desagradables al resto de la familia. Para su gran asombro, en la lectura del testamento se leyó algo así: "En cuanto a mi hijo Ricardo, aunque ha derrochado terriblemente mi riqueza, y aunque a menudo ha afligido mi corazón, quiero que sepa que aún lo considero mi hijo querido, y por consiguiente, como muestra de mi imperecedero amor, le dejo a él la misma proporción que al resto de sus hermanos." Salió de la habitación, no podía soportar más, el sorprendente amor de su padre lo había dominado. Fue a ver al albacea la mañana siguiente y le dijo, "seguramente usted no leyó correctamente." "Sí, lo leí bien, aquí está." "Entonces," dijo, "Me siento listo para maldecirme por haber afligido a mi anciano padre amado. ¡Oh, que lo pudiera recuperar otra vez! El amor nació en ese corazón ruin por una muestra inesperada de amor.
¿Acaso no puede ser tu caso similar? Nuestro Señor Jesucristo está muerto, pero ha dejado en su testamento que los primeros entre los pecadores son objeto de su misericordia más especial. Mientras agonizaba Él oró: "Padre, perdónalos." Resucitado, intercede por los transgresores. Los pecadores están siempre en Su mente: la salvación de ellos es Su gran propósito. Su sangre es para ellos, Su corazón para ellos, Su justicia para ellos, Su cielo para ellos. Vengan, oh, ustedes culpables y tomen su porción. Confíen en Jesús con sus almas, y Él los salvará. Dios los bendiga. Amén.
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