sábado, 15 de mayo de 2010
Mathew Henry
N. en Broad Oak, en el condado galés de Flintshire, poco después de que su padre, Philip, hubiese sido echado de su iglesia por haberse negado a someterse a la nueva situación de intolerancia que había sido impuesto por el rey Carlos II de Inglaterra. De hecho, Philip Henry había sido, antes de dicha expulsión, uno de los más distinguidos miembros evangélicos de la Iglesia Anglicana, que, a partir de “la gran expulsión” de 1662, sería igualmente distinguido como “no conformista”, o disidente y opuesto al Acta de Uniformidad.
Gracias a la valerosa y espiritual influencia de su padre, Matthew se convirtió a los diez años de edad (1672). Educado en su propia casa, en un principio, fue luego a estudiar en una academia del barrio londinense de Islington, donde destacó, entre otras asignaturas, en latín, griego, hebreo y francés. Después, fue a estudiar derecho, también en Londres. Sintiendo el llamado de Dios al ministerio fue ordenado por la Iglesia Presbiteriana en 1687. Desde entonces y hasta dos años antes de su muerte, sirvió como pastor de una iglesia en Chester. En 1712, después de veinticinco años de labor pastoral, se trasladó a Hackney, cerca de Londres, donde fue pastor hasta su muerte, ocurrida mientras predicaba en una serie de reuniones especiales de evangelización.
Se casó dos veces —su primera mujer murió en un parto a los dos años de matrimonio— y tuvo nueve hijas y un hijo varón.
A partir de 1698 llegó a ser un predicador muy conocido en todo el reino. En ese momento inicia también su ministerio en la prisión de Castle. Su verdadera fama le viene de su monumental comentario a toda la Biblia en cinco volúmenes. El sexto y último fue terminado después de su muerte por otros trece pastores “no conformistas”, quienes, no obstante, para acabar la obra, utilizaron manuscritos y diversos apuntes del propio Henry. Este sólo pudo hacer cuanto hizo gracias a la disciplina personal que era típica de los pastores de aquel entonces. Solía levantarse a menudo a las cuatro de la mañana para así tener tiempo suficiente para cumplir con los deberes normales de su pastorado, y, al mismo tiempo, dedicarse al comentario. A primera vista, al contemplar su voluminosa obra, nadie se puede imaginar que su autor hubiera muerto con tan sólo cincuenta y dos años. Algunos han despreciado el comentario como “sólo de valor devocional”. Otros han pretendido mejorar aspectos de su teología. Sin embargo, si bien buscó producir una obra que estuviese al alcance de muchos,y si bien el comentario está repleto de bosquejos para sermones, nunca se debe olvidar que su autor era maestro de los idiomas originales de las Escrituras, mucho más que la mayoría de sus críticos modernos, y que, en cuanto a su teología, no pocos cristianos evangélicos la calificarían como insuperable.
Su teología es un fiel testimonio de la verdad evangélica, enfatizando la depravación total del hombre y la gracia soberana y salvadora de Dios. Su obra además, no sólo demuestra una profunda capacidad de profundidad espiritual, sino la erudición que proporciona un gran conocimiento del griego y del hebreo.
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