EL NACIMIENTO DE JESUCRISTO
Por Juan Calvino
"Aconteció en aquellos días, que se promulgó un edicto de parte de Augusto César, que todo el mundo fuese empadronado. Este primer censo se hizo siendo Cirenio gobernador de Siria. E iban todos para ser empadronados, cada uno a su ciudad. Y José subió de Galilea, de la ciudad de Nazaret, a Judea, a la ciudad de David, que se llama Belén, por cuanto era de la casa y familia de David; para ser empadronado con María su mujer, desposada con él, la cual estaba encinta. Y aconteció que estando ellos allí, se cumplieron los días de su alumbramiento. Y dio a luz a su hijo primogénito, y lo envolvió en pañales, y lo acostó en un pesebre porque no había lugar para ellos en el mesón.
Había pastores en la misma región, que velaban y guardaban las vigilias de la noche sobre su rebaño. Y he aquí, se les presentó un ángel del Señor, y la gloría del Señor los rodeó de resplandor; y tuvieron gran temor. Pero el ángel les dijo: No temáis; porque he aquí, os doy nuevas de gran gozo, que será para todo el pueblo: que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es Cristo el Señor. Esto os servirá de señal: Hallaréis al niño envuelto en pañales, acostado en un pesebre. Y repentinamente apareció con el ángel una multitud de las huestes celestiales, que alababan a Dios, y decían: ¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!" (Lucas 2:1-4)
Sabemos que nuestro bien, nuestro gozo y reposo es estar unidos al Hijo de Dios. Así como él es nuestra cabeza, nosotros somos su cuerpo, y es así que de él obtenemos nuestra vida, nuestra salvación y todo bien. En efecto, vemos lo miserable de nuestra condición si no tuviéramos refugio en él para ser guardados bajo su protección. Sin embargo, no llegaríamos tan alto (viendo que apenas podemos arrastrarnos en la tierra) si no fuera que de su parte se acerca a nosotros, y que se ha acercado por medio de su nacimiento, cuando se ha vestido con nuestra carne y se ha convertido en hermano nuestro. No podríamos tener refugio en nuestro Señor Jesucristo sentándonos a la diestra de Dios su Padre en gloria celestial, si él no hubiera sido humillado al extremo de ser hecho un hombre mortal, teniendo la misma condición que nosotros. Y es por eso también que, cuando es llamado "Mediador entre Dios y los hombres," este título "hombre" le es especialmente atribuido a él. De igual modo, por el mismo motivo es llamado "Emanuel," que quiere decir, "Dios con nosotros."
Entonces, cuando buscamos a nuestro Señor Jesucristo para hallar en él alivio para todas nuestras miserias, y una protección segura e infalible, tenemos que comenzar con su nacimiento. No se nos dice solamente que fue hecho hombre semejante a nosotros, sino que se despojó a sí mismo a tal extremo que escasamente se lo tuvo como miembro de la raza humana. En efecto, en realidad fue desterrado de toda morada2 y compañerismo. Para recibirlo no hubo sino un establo y un pesebre.
Entonces, siendo esto así, aprendemos aquí cómo exhibió Dios los tesoros infinitos de su bondad al querer que su Hijo fuese humillado de esa manera por amor a nosotros. Reconozcamos también de qué manera sufrió el Señor Jesucristo, desde su nacimiento, por nosotros que al buscarlo no tenemos que hacer largos recorridos para encontrarlo o para ser verdaderamente unidos a él. Por esta causa quiso sujetarse a toda vergüenza al punto de ser realmente rechazado por el resto de los hombres. Y nosotros, aprendamos también a ser pequeños a efectos de ser recibidos por él. Porque al menos es razonable que haya acuerdo entre la Cabeza y los miembros. Los hombres no necesitan despojarse para carecer de valor. Porque hallarán que ya por naturaleza son tan extremadamente pobres que tendrán buenos motivos para ser completamente rechazados. Sepamos entonces de qué naturaleza somos para que podamos ofrecernos a nuestro Señor Jesucristo con auténtica humildad y que él pueda reconocernos a aceptarnos como suyos propios.
Sin embargo, también tenemos que notar que, en la historia presentada aquí por San Lucas, por una parte aprendemos cómo se despojó a sí mismo el Hijo de Dios para nuestra salvación, y por otra, que nunca dejó de presentar un testimonio cierto e infalible de ser él el Redentor del mundo prometido desde todos los tiempos. A pesar de haber asumido nuestra condición, supo mantener su majestad celestial. Aquí se nos muestran ambas caras. Porque aquí nuestro Señor Jesucristo está en un pesebre, realmente como rechazado por el mundo. Se encuentra en pobreza extrema, carente de todo honor, sin ninguna reputación, realmente sujeto a servidumbre. Sin embargo, es magnificado por los ángeles del paraíso los cuales le rinden homenaje.
En primer lugar, es un ángel quien trae el mensaje de su nacimiento. Luego el mismo aparece acompañado de una gran multitud, incluso de un ejército; todos ellos se presentan y aparecen como testigos enviados por Dios para mostrar que nuestro Señor Jesucristo, siendo humillado de esa manera por la salvación de los hombres, nunca deja de ser el rey de todo el mundo y aquel que tiene todas las cosas bajo su dominio.
Luego el lugar, Belén, da pruebas de que era él, el que había sido prometido desde todos los tiempos. Porque el profeta Miqueas había hablado de la siguiente manera: "Y tú, Belén, aunque seas despreciada en gran manera, como un pueblo que no tiene mucho que ofrecer y de escasa población, no obstante, de ti saldrá aquel que gobernará a mi pueblo, y sus salidas serán para toda la eternidad."3
Entonces vemos aquí cómo, por una parte, nuestro Señor Jesucristo no se cuidó a sí mismo, de manera que pudiéramos tener fácil acceso a él sin dudar de ser recibidos incluso como cuerpo suyo, porque no solamente quiso ser un hombre mortal vestido con nuestra naturaleza, sino incluso un pobre gusano de la tierra despojado de todo bien. Entonces, nunca dudemos, por muy miserables que seamos, de que él nos guardará como miembros suyos.
Por otra parte, aquí lo vemos como marcado por la mano de Dios, para ser recibido sin dificultad alguna, como aquel de quien hemos de esperar salvación, y por medio de quien somos recibidos en el reino de Dios de donde habíamos sido previamente desterrados. Porque vemos que posee en sí mismo una majestad divina, puesto que los ángeles los reconocen como su superior y como su Rey soberano. Estando bajo su protección no debemos dudar de que posee todo lo necesario para sustentarnos. Sepamos que por mucho que haya sido humillado, de ninguna manera fue reducido su poder divino ni existe impedimento para que seamos guardados con seguridad bajo su dirección.
Ahora vemos el resumen de este relato. Es decir, en primer lugar vemos que el Hijo de Dios, nuestro Mediador, se ha unido de tal manera nosotros que nunca debemos dudar de ser partícipes tanto de su vida como de todas sus riquezas. Sepamos también que él trajo consigo todo aquello que se requería para nuestra salvación. Porque (como ya lo he dicho) no fue despojado de esa manera sin retener constantemente su majestad divina. Aunque ante los ojos de los hombres fue despojado de toda reputación, no obstante, siempre siguió siendo, no solamente el heredero de este mundo (puesto que es la Cabeza de la iglesia), sino también el verdadero Dios.
Además, aprendamos de aquellos que aquí son establecidos como maestros y líderes, la forma en que debemos venir a nuestro Señor Jesucristo. Ciertamente, los sabios de este mundo están tan inflados de orgullo y presunción que difícilmente condescenderán a ser maestros de hombres que no tienen escuela y de pobres pastores4 del campo. Y sin embargo, toda nuestra sabiduría la aprendemos de estos pastores (de quienes aquí se habla) para acercarnos a nuestro Señor Jesucristo. Porque aunque tengamos todas las ciencias del mundo metidas en nuestras cabezas, ¿de qué nos servirán cuando la vida nos falle? ¿Cómo nos ayudará a conocer "a Aquel en quien se ocultan los tesoros de toda sabiduría," como lo expresa San Pablo? Ahora vemos por dónde debemos comenzar. No nos causa ningún daño seguir a aquellos que nos han mostrado el camino para venir a nuestro Señor Jesucristo.
Este honor Dios no lo concedió ni a los grandes de este mundo, ni a los sabios, ni a los ricos, ni a los hombres, sino que escogió a pastores.4 Siendo esto así sigamos este orden. Es cierto que del oriente vinieron hombres sabios para rendir homenaje a nuestro Señor Jesucristo. Pero era preciso que los pastores vinieran primero para que toda presunción fuese abolida y para que aquel que se llama cristiano tenga que ser como un necio en este mundo. De modo entonces que no vengamos con una necia presunción para juzgar por medio de nuestras fantasías los secretos admirables de Dios, en cambio, adóremelos con toda sencillez.
Además miremos la fe que hubo en estos pastores. Entonces ya no nos será difícil seguirlos. Ellos vienen para adorar al Redentor del mundo. ¿Y en qué condiciones lo encuentran? Allí está acostado en un pesebre y envuelto en unos pocos trapitos; y ello es la señal que les había sido dada por el ángel. Ahora, ciertamente, esto parecería ser para asombrarlos y aun para hacerles volver las espiadas de tal manera que ya no reconocerían a Jesucristo como su Salvador.
Porque los escribas y maestros de los judíos ciertamente pensaban que el Redentor que había sido prometido tendría que venir con gran pompa, y que debía sujetar a todo el mundo de manera que solo gozaría de prosperidad, que ellos obtendrían riqueza en abundancia para hartarse de ellas, y que amasarían todas las riquezas del mundo. Entonces, cuando se les dice aquí que lo hallarían en un establo y envuelto en trapos, esta pobre gente pudo haberse escandalizado al punto de desanimarse de tal manera de no haber visto nunca a nuestro Señor Jesucristo, sino de haberse apartado totalmente de él. La señal que les es dada del Redentor es que estaría acostado en un pesebre como si hubiera sido cortado de la raza humana. Pero ni siquiera eso los aparta. Entonces ellos vienen para conocerlo como Señor, confesando cómo Dios se había apiadado de ellos, y que finalmente quiso cumplir su promesa, promesa que había dado desde siempre, y en vista de aquel espectáculo ellos están seguros.
Entonces, puesto que la fe de estos pastores era tan grande que se opuso a todo aquello que podía impedirles venir a nuestro Señor Jesucristo, nosotros seremos doblemente culpables y despojados de toda excusa, si no aprendemos en su escuela, y si el nacimiento de nuestro Señor Jesucristo (si bien él apreció sin dignidad o pompa o nobleza de este mundo) no deja de escandalizarnos haciéndonos volver del buen camino,5 y si no venimos ante él como ante nuestro Rey soberano y ante aquel a quien es dado todo dominio tanto en los cielos como en la tierra. En efecto, es una amonestación que nos hace falta. Porque, como ya lo he mencionado, la doctrina del evangelio solamente escandaliza a aquellos que están preocupados por el orgullo y con tonterías, y que se tienen a sí mismos por hombres sabios.
También vemos cuántos fanáticos rechazan todo aquello que es contrario a sus mentes. Por otra parte existen muchos bufones que nunca han sido tocados por sentimiento alguno en cuanto a sus pecados. Porque son gente profana que piensa que nunca tendrá que rendir cuentas ignorando que existe una vida mejor que la que ellos ven aquí abajo, consideran que es una necedad seguir así al Hijo de Dios y a relacionarse así con él. Veamos entonces, cuánto más debiéramos ser fortalecidos por esta amonestación, es decir, que el Hijo de Dios no pierde nada de su majestad y gloria y que en su humillación por causa de nuestra salvación, éstas no se reducen; más bien debiéramos ser cautivados por ellas conociendo la inestimable bondad y el amor que nos ha manifestado.
Así entonces debemos practicar esta doctrina, no dejando de venir a nuestro Señor Jesucristo, aunque a primera vista no encontremos en él lo que nuestra carne, esto es, nuestros sentidos naturales, desean. En cambio, aunque haya sido envuelto en trapos en su nacimiento, sepamos y estemos persuadidos de que, sin embargo, no dejó de ser mediador para acercarnos a Dios su Padre, para darnos una entrada al reino de los cielos del cual habíamos sido completamente excluidos. Y aun más en este día, aunque el no gobierne con pompas, y aunque su iglesia sea despreciada, y aunque haya una sencillez en su palabra que los grandes de este mundo rechazan, en lo que a nosotros atañe, nunca dejaremos de aferramos por ese motivo a él y de estar sujetos a su dominio en verdadera obediencia de fe. Por ejemplo, cuando una predica de acuerdo a nuestra costumbre, en ello no hay nada que nos atraiga mucho. Oímos como habla un hombre. ¿Y quién es él? No tiene gran dignidad ni reputación. Entonces, en resumen, solamente está la palabra. Por otra parte, en aquello que es predicado por medio del evangelio hay muchas cosas que nos parecen contrarias a toda razón, si quisiéramos juzgarlas de acuerdo a nuestro gusto. Sepamos entonces, que no podemos acercarnos más a lo que Dios nos muestra y declara, si antes no nos hemos inclinado.
Tenemos, como una confirmación que él agrega por amor a nosotros a su palabra, los sacramentos. ¿Acaso alcanzaría una gota de agua para asegurarnos la remisión de nuestros pecados, de que Dios nos ha adoptado como hijos suyos, y que a pesar de ser débiles y frágiles,6 no obstante seremos vestidos con su gloria celestial la cual nunca nos fallará? ¿Acaso un poco de agua podría ser una garantía y seguridad7 de cosas tan grandes y excelentes? Y en cuanto a la Santa Cena, ¿acaso alcanzaría un pedazo de pan y una bota de vino para asegurarnos de que Dios nos acepta como hijos suyos, de que vivimos en Jesucristo y que él ha compartido todas las cosas con nosotros? Porque aparentemente tales ceremonias, carentes de mucha pompa, no pueden tener valor. Así entonces vemos aun mejor cómo lo que se dice aquí acerca de los pastores8 tiene que ver con nosotros y cómo debiéramos aprovecharlo en el día de hoy. Es decir, no dejemos de acercarnos a nuestro Señor Jesucristo ni de estar seguros que es él en quien hallaremos todo bien, todo regocijo, y toda gloria aunque aparentemente todavía es como si estuviera en el establo y en el pesebre, envuelto en pañales. Es decir, pueden existir muchas cosas que podrían engañarnos y marear la vista de unos pocos al punto de no poder percibir la gloria celestial que le fue dada por su Padre, digo, incluso en la naturaleza humana que tomó de nosotros. Porque, puesto que él es Dios, todas las cosas las tiene de sí mismo (como se dice en el capítulo 17 de San Juan), pero en cuanto a su naturaleza humana recibió como don gratuito todo aquello que nos trajo, para que nosotros podamos tomar de su plenitud, y que en él podamos hallar todo lo deseable y que tengamos solamente en él todo nuestro reposo y contentamiento.
Además notemos bien que el Espíritu Santo también nos quiso asegurar de que siguiendo a los pastores9 que aquí son ordenados como maestros10 y guías, no debemos tener miedo de equivocarnos. Porque si los pastores9 no hubieran tenido otra señal que el establo y el pesebre, podríamos decir, "Miren a esos pobres idiotas, que neciamente se hacen creer ellos mismos y sin razón alguna de que él fue el Redentor del mundo." Todo ello sería demasiado fácil para nosotros. Entonces sí, podríamos tener dudas. Pero los pastores11 recibieron confirmación por otros medios para estar seguros de que él era el Hijo de Dios, el que estaba asi acostado en el pesebre. Es decir, cuando les apareció el ángel oyeron este canto agregado por San Lucas, en el cual todo el reino de los cielos da testimonio a nuestro Señor Jesucristo, de que él tiene todo poder sobre las criaturas, tanto en el cielo como en la tierra.
Entonces, aprendamos a recibir (para ser afirmados en la fe de Jesucristo) todas las cosas que aquí se nos proponen. Porque es cierto que Dios está dispuesto a culpar a todos aquellos que en el día de hoy no condescienden a rendir homenaje a su único Hijo, 12 habiendo enviado semejante multitud de ángeles para declarar que él era el Redentor que había sido prometido. Entonces es vano que nosotros estemos satisfechos en nuestra incredulidad, como muchas personas estúpidas que vemos que no tienen en cuenta cada cosa contenida en el evangelio. Incluso existen bufones de Dios que son tan descuidados13 que permanecen indiferentes ante lo que les es predicado.14 ¿No le prestan mayor atención que a las fábulas.
También hay algo para culpar de rebelión obstinada y diabólica a todos aquellos que no se sujetan a nuestro Señor Jesucristo a efectos de honrarlo. Porque, en cuanto a los incrédulos, habrá una multitud infinita de ángeles del paraíso que testificarán en contra de ellos. Porque éstos15 son los ministros de Dios. De manera entonces, aunque todos los malvados y todos aquellos que están confiados16 en sus vicios y corrupciones se complacen en ellas y se endurecen en su incredulidad siguiendo sus deseos, tienen más que suficientes testigos para testificar de su condenación. Porque los ángeles del paraíso aparecieron de modo que ya no tengamos excusa para no recibir a Jesucristo como a nuestro Rey soberano, inclinándonos humildemente ante su majestad.
Sin embargo, por otra parte notemos que Dios, enviando semejante multitud de ángeles, procuraba nuestra salvación, de tal manera que pudiéramos acercarnos a nuestro Señor Jesucristo con ánimo bien dispuesto; que ya no fuésemos retenidos por disputas o escrúpulos, sino que pudiéramos estar plenamente convencidos de que en él hallaremos todo lo que nos falta y que él tendrá con qué suplir todas nuestras necesidades y miserias. En resumen, es él por medio de quien Dios quiso comunicarse con nosotros. ¿Acaso queremos buscar nuestra vida fuera de Dios?
En Jesucristo está toda la plenitud de la Deidad.17 Entonces, teniendo semejante testimonio, es como si Dios nos extendiera ambos brazos para hacernos sentir su inestimable bondad, y para mostrarnos que solamente teniendo fe en Jesucristo (me refiero a una fe sin hipocresía), descansando solamente en él, sabiendo que de él hemos de recibir todas las cosas, es que seremos partícipes de todos los beneficios que ahora faltan en nosotros y por los cuales gemimos. Además, aunque hoy no veamos a los ángeles que solamente aparecieron por un instante,18 de todos modos, este testimonio ha sido registrado a efectos de ser auténtico. Porque el Espíritu Santo habló por boca de San Lucas. Entonces, estemos satisfechos, teniendo semejante testimonio de parte de Dios, quien19 nos declara que los ángeles dieron testimonio del nacimiento de nuestro Señor Jesucristo, para que, sabiendo cómo él fue hecho hombre, es decir, cómo se despojó a sí mismo por amor a nosotros, nosotros quedemos tan maravillados que aspiremos al reino celestial de manera de allegarnos a Cristo en auténtica unión de fe.
Seguidamente consideramos el lugar de su nacimiento, Belén. Esta no es una confirmación ligera y carente de importancia viendo cómo el Hijo de Dios nació como tal según el profeta lo había mencionado mucho tiempo antes. Si José y María hubiera tenido su hogar en Belén, y si allí hubieran tenido su residencia, no hubiera parecido extraño que diera a luz allí y que Jesucristo naciera allí. Pero esto, que debe ayudarnos en el día de hoy, ha sido oscurecido en gran manera. Porque al menos uno puede saber que no fue sin causa que el profeta dijera las siguientes palabras: "Y tú, Belén, aunque hoy eres despreciada como un pueblo pequeño, sin embargo, de ti saldrá aquél que será cabeza de mi pueblo." Pero cuando José y María están viviendo en Nazareth y vienen a la ciudad de Belén precisamente cuando ella tiene que dar a luz de manera que Jesucristo nazca allí, ¿quién no va a reconocer que Dios ha guiado todo con su mano? Entonces los nombres tienen que ser ciegos premeditadamente y a sabiendas si no están dispuestos a reconocer aquí la palabra de Dios la cual marcó a su único Hijo para que pudiera ser recibido sin duda alguna como aquel que había sido prometido.
Ciertamente, en el edicto publicado por el emperador romano José tuvo motivos suficientes para venir a Belén. Pero traer consigo a una mujer a punto de dar a luz ciertamente no fue un asunto gobernado por el hombre, sino que allí estuvo obrando Dios. Vemos cómo Dios utiliza medios que incluso son extraños para cumplir su voluntad. Porque el edicto de César, si bien fue ejecutado sin sujeción tiránica, hacía necesario que los judíos fuesen contados; había un control sobre cada persona, y era para mostrarles que ya no necesitaban esperar ninguna libertad. Jesucristo fue prometido para librar a los judíos y a todos los creyentes de la sujeción a Satanás y de toda tiranía. Aparentemente este edicto era para cerrar la puerta para que Dios nunca pudiese cumplir lo que había prometido a su pueblo. Sin embargo, resulta ser el medio para dicho cumplimiento. Porque cuando José y María vienen como personas pobres, sujetas a un tirano, a un pagano e incrédulo, y cuando Jesucristo es nacido en Belén, ello demuestra que la profecía es cierta. Aquí Dios da (como ya he dicho) plena certeza a los suyos de manera que no tienen que dudar del nacimiento de nuestro Señor Jesucristo. Es así, entonces, cómo debemos aplicar a nuestro uso e instrucción las cosas que aquí se discuten. Porque la intención de San Lucas, o mejor dicho, del Espíritu Santo que aquí habló por su boca, no es de escribir simplemente una historia para nosotros de las cosas que ocurrieron. Sino que, por una parte, expresó20 aquí cómo el Hijo de Dios no se cuidó a sí mismo por amor a nosotros, y luego, por otra parte, cómo dio testimonio infalible de ser él el Redentor para que pudiera ser recibido como tal.
Recapacitemos entonces, para aprovechar de esta historia, para que podamos estar a tono con el cántico de los ángeles glorificando a Dios, y para recibir lo que aquí nos da para el regocijo de nuestras almas.21 En primer lugar, el ángel dice (es decir, el que lleva el mensaje a los pastores22), "No temáis; porque he aquí os doy nuevas de gran gozo." Luego sigue este testimonio en conjunto de todo el ejército, de que Dios manda, "Paz a los hombres de la tierra." Entonces, en primer lugar, debemos recordar esto, que buscamos nuestro gozo en Jesucristo. Porque, en efecto, aunque tuviésemos todo tipo de delicias y lujos, no haríamos más que ahogarnos en nuestros placeres. No obstante, aunque estuviésemos demasiado dormidos, inclusive, enteramente estúpidos, nuestra conciencia nunca tiene descanso. Seremos atormentados sin fin y sin cesar. Este gusano (del cual hablan las Escrituras) nos consumirá; seremos condenados23 por nuestros pecados, y sentiremos que con todo derecho Dios se opone a nosotros y que es nuestro enemigo. Así que habrá una maldición sobre los placeres del mundo, puesto que serán transformados en crujir de dientes,24 hasta que los hombres estén en paz25 con Dios.
Entonces, todos los placeres, todos los honores, todas las cosas deseables son malditas hasta que sintamos que Dios nos ha recibido en misericordia. Cuando estemos así, reconciliados con él podremos regocijarnos, no solamente con un gozo terrenal, sino especialmente con aquel gozo que nos es prometido en el Espíritu Santo, a efectos de que podamos buscarlo a él. Porque paz y gozo son cosas inseparables. ¿Porque cómo, viendo que estamos rodeados por tantas miserias, podemos gozarnos? Luego, ¿viendo que en Adán somos malditos, que somos hijos de ira, que Dios es nuestro Juez armado de venganza para arrojarnos al abismo, ¿qué gozo podernos concebir hallándonos en semejante estado? Ciertamente, cuando pensamos en esto no solamente tenemos que sentirnos abrumados por la intranquilidad,26 sino como en una horrible gehenna que excede todas las angustias de este mundo, si es que el diablo no nos ha embrujado. Como vemos que hay muchos que no dejan de hacer fiesta,27 aunque combaten a Dios. Pero si poseemos una sola partícula de sentimiento, ciertamente no dejaremos de ser atormentados hasta que Dios sea declarado favorable a nosotros.
Entonces, esta paz tiene que preceder para que sepamos que Dios nos posee como a hijos suyos, y que incluso no nos imputa nuestros pecados. ¿Estamos nosotros así en paz con Dios? En ese caso realmente tenemos algo por lo cual regocijarnos, incluso con Dios, siguiendo lo que ya he mencionado. Porque es cierto que los incrédulos tienen alguna paz (es decir, son tan pesados28 que no les importa el juicio de Dios; inclusive lo desafían), pero es una paz sin Dios. Porque nunca tienen paz ni descanso, sino cuando se olvidan de Dios y de ellos mismos; todos ellos son insensibles. Pero San Pablo nos exhorta a tener paz con Dios, es decir, de mirar a él, procurando, según nuestra capacidad, a ser pacíficos. Es decir, cuando nos acercamos a él estamos ciertos y seguros de su amor. ¿Cómo será eso? Por la remisión de nuestros pecados, por el amor gratuito, inmerecido que él nos tiene en nuestro Señor Jesucristo.
Entonces, notemos bien que la paz que aquí predicaron los ángeles del paraíso llevaba consigo este gozo, mencionado por el primero de los ángeles al decir: "Les anuncio gran gozo," es decir, la salvación que ustedes tendrán en Jesucristo. El es llamado nuestra Paz, y este título declara que nosotros seríamos totalmente alienados de Dios a menos que él nos reciba por medio de su único Hijo. Consecuentemente también tenemos algo de qué jactarnos cuando Dios nos acepta como hijos suyos, cuando nos da la libertad de requerirlo abiertamente29 como a nuestro Padre, de acercarnos libremente a él, y de tener nuestro refugio en él.
Sin embargo, deduzcamos de esto que Dios ha ordenado de tal manera las cosas que el evangelio sea predicado por los hombres. No obstante, los ángeles lo predicaron antes. En el día de hoy es cierto que la iglesia tiene que ser enseñada por medio de criaturas mortales. Pero aunque así sea, no ofrecemos nada nuevo. Nos limitamos a recitar la predicación30 que fue proclamada por los ángeles del paraíso, y no por un número pequeño, sino por una multitud infinita y un gran ejército. Además, es imposible que estemos tan encendidos para magnificar a nuestro Dios como cuando hayamos sido plenamente asegurados de su bondad. Es por eso que es tas dos cosas van juntas: que los ángeles exhortan a todo el mundo a glorificar a Dios, puesto que ha concedido semejante paz sobre la tierra. Entonces nos regocijamos por el bien de haber sido librados por Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo, su único Hijo. El ha tomado posesión de esta paz para que las alabanzas asciendan a lo alto y que traspasen las nubes y que el mundo entero se haga eco de este canto, para que Dios sea bendecido31 y magnificado en todas partes.
De esto tenemos que deducir que siempre seremos mudos y que nunca tendremos la capacidad de alabar a Dios hasta que él nos haya hecho experimentar su bondad. Por ejemplo, ¿cómo es posible que los pobres pecadores, mientras tienen problemas y remordimientos en su interior, sin saber si Dios los ama o los odia, alaben su nombre? Al contrario, la angustia los mantendrá realmente restringidos, de modo que de ninguna manera podrán abrir su boca. Entonces es necesario que, Dios en primer lugar nos dé deliberadamente un testimonio de su amor hacia nosotros de tal manera que estemos persuadidos de que siempre será un Padre para nosotros. Entonces, ciertamente, tendremos algo por lo cual bendecir su nombre.
Pero, así como no podemos alabar a Dios hasta que él nos haya declarado su bondad, también aprendamos a no tener una fe muerta o inactiva; en cambio seamos incitados a bendecir el nombre de Dios viendo que de esa manera ha exhibido los grandes tesoros de su misericordia32 hacia nosotros. Que por una parte nuestra boca cumpla su función y que luego toda nuestra vida pueda corresponderle. Porque ese es el verdadero cántico, que cada uno se dedique al servicio de Dios, sabiendo que, habiéndonos comprado a semejante precio es suficientemente razonable que todos nuestros pensamientos y nuestras obras sean aplicadas a este propósito, que su nombre sea bendecido.
Cuando sepamos que realmente somos suyos propios sepamos también que ello es porque le ha complacido aceptarnos, y que todas las cosas proceden de su libre e inmerecida generosidad. De manera que no sin causa se agrega aquí la palabra acerca de la paz que es dada a los hombres; no por mérito alguno, no porque ellos la hubiesen adquirido, sino por la buena voluntad de Dios. Porque la palabra utilizada por San Lucas significa que no debemos buscar ningún otro motivo por el cual Jesucristo nos ha aparecido, sino que lo hizo porque Dios ha tenido piedad y compasión de nuestras miserias. Lo cual también se dice en Juan 3:16,33 que Dios amó tanto al mundo que no escatimó a su propio Hijo, sino que lo entregó a la muerte por amor a nosotros.
Entonces, aprendamos a venir de esta manera a nuestro Señor Jesucristo, es decir, que el mensaje publicado aquí por lo ángeles nos sea como una lámpara encendida para mostrarnos el camino, para que nos guíe a la fe y para que sepamos que ahora es Dios en nosotros, así como Dios es con nosotros. Nuestro Dios es declarado con nosotros cuando quiso habitar en nuestra naturaleza humana como en su templo. Pero ahora el mensaje es, Dios en nosotros, es decir, lo sentimos unido a nosotros en mayor poder34 que cuando se mostró y declaró a sí mismo hombre mortal. El incluso es Dios y hombre en nosotros. Porque primero nos da vida por el poder de su Santo Espíritu. Luego, él es hombre en nosotros porque nos hace partícipes del sacrificio que ofreció por nuestra salvación declarándonos que no es sin causa lo que dijo al afirmar que su carne es verdadera comida y su sangre verdadera bebida. Es por esto también que la santa mesa es dispuesta para nosotros, de manera que podamos saber que nuestro Señor Jesús, habiendo descendido aquí abajo y habiéndose despojado de todas las cosas, no obstante, no fue separado de nosotros al ascender a su gloria en los cielos. Más bien es sobre esta condición que nosotros somos partícipes de su cuerpo y de su sangre. ¿Y por qué es así? Porque nosotros sabemos que su justicia y su obediencia cubren nuestros pecados, y que por medio del sacrificio de su cuerpo y de su sangre, ofrecidos en esta humanidad tomada de nosotros, él apaciguó la ira de Dios.
Siendo esto así, no dudemos cuando Jesucristo nos invita a su mesa, aunque solamente percibamos pan y vino, de que realmente habita en nosotros, y que nosotros estamos de tal modo unidos a él, que no hay nada perteneciente a él mismo que no lo quiera comunicar a nosotros. Reconozcamos esto, digo, para que sepamos cómo aprovechar de este sacramento que ha sido establecido de su parte para nosotros. Sin embargo, cada vez que lo recibamos, sepamos con toda certeza que Dios pudo habernos librado, si hubiera querido, por otros medios, de la profundidad de condenación en la cual nos hallábamos. Pero el quiso darnos una mayor seguridad del amor que nos tiene, teniendo a Jesucristo como garantía, de manera que busquemos todo nuestro bien en él. Sepamos que esto no lo podemos apreciar totalmente hasta que él sea realmente concedido en medio nuestro y que nosotros nos acerquemos de tal manera que por medio de él seamos guiados al reino de los cielos del cual fuimos desterrados y privados por causa de nuestros pecados.
Es así cómo el Señor Jesucristo tiene que ser aplicado a nuestra salvación, si queremos acercarnos a Dios, si queremos tener un gozo realmente espiritual, contentamiento y reposo, también si queremos estar armados contra las tentaciones que el diablo puede levantar. Pero para ser partícipes de esta santa mesa, examinémonos a nosotros mismos y reconozcamos, en primer lugar, nuestras miserias, a efectos de estar disgustados por causa de ellas y totalmente turbados por ellas. Además, sepamos que Dios quiso endulzar toda nuestra tristeza y angustia cuando de esa manera se derramó por nosotros en su único Hijo, y que su deseo es que nosotros podamos disfrutar plenamente de él.
Aunque en este mundo estemos sujetos a mucha pobreza y asediados por enemigos semejantes a lobos voraces, aunque por una parte el diablo no cesa en su intento de despojarnos y aunque los incrédulos ladren como perros cebados, digo, aunque seamos agitados por muchos problemas y amenazas de todas partes y aunque tengamos que soportar muchas molestias, tengamos por seguro que nunca dejaremos de tener paz con Dios. Oremos a él que nos haga experimentar esto por medio de su Espíritu Santo, puesto que eso es algo que sobrepasa todo entendimiento35 (como ya lo hemos notado de San Pablo) y aprendamos a estar contentos con nuestro Señor Jesucristo y con los beneficios espirituales de los cuales nos hace partícipes, para que podamos soportar pacientemente todas las miserias y aflicciones de este mundo.
Que no nos resulte ser un mal ser molestados de todas partes, en resumen, ser expuestos a toda vergüenza y desgracia, siempre y cuando Jesucristo esté con nosotros; él bendice todas nuestras miserias y aflicciones y nosotros obtenemos un fruto tal que en medio de todas nuestras pobrezas nos damos cuenta que no anhelamos otra cosa sino glorificar a nuestro Dios. Y cuando los mundanos obtengan sus triunfos, para turbación de ellos, ya que no pueden gozarse sin combatir contra Dios, que entonces nuestro verdadero gozo sea servirle a él en todo temor y humildad y de entregarnos enteramente a su obediencia. Esa es la forma en que debemos aprovechar esta doctrina.
Ahora inclinémonos en humilde reverencia ante la majestad de nuestro Dios.
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