Sermones
TERCER SERMON SOBRE PENTECOSTES
Por Juan Calvino
En el cual se expone la primera exhortación que San Pedro hizo después que el Espíritu Santo hubo descendido sobre él y sobre los otros apóstoles.
"Mas otros, burlándose, decían: Están llenos de mosto. Entonces Pedro, poniéndose en pie con los once, alzó la voz y les habló diciendo: Varones judíos, y todos los que habitáis en Jerusalén, esto os sea notorio, y oíd mis palabras. Porque estos no están ebrios, como vosotros suponéis, puesto que es la hora tercera del día. Mas esto es lo dicho por el profeta Joel: 'Y en los postreros días, dice Dios derramaré de mi Espíritu sobre toda carne, y vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán; vuestros jóvenes verán visiones, y vuestros ancianos soñarán sueños'" (Hechos 2:13-17).
Lo que San Lucas narró al comienzo de este pasaje es un ejemplo muy notable de la malicia en ingratitud de los hombres. Aquí están los apóstoles, ciertamente conocidos como hombres del campo, e incluso de baja condición, que hablan el lenguaje de diversos pueblos y regiones distantes, y en excelente manera discuten la verdadera religión, proclamando la salvación que es en Jesucristo. Esto debe haber llenado de admiración inclusive a aquellos que escucharon el relato mucho tiempo después; mucho más deberían aquellos que contemplan el hecho allí mismo, y que oyen la declaración con sus propios oídos, ser impulsados a la obediencia correcta en la palabra. Sin embargo, no reconocen las obras de Dios, para magnificar y glorificar a Dios en ellas, sino que por el contrario, se burlan de ellos. Ahora bien, este pecado no solamente existió entonces en el mundo; todavía lo vemos en nuestro tiempo. Porque cada día Dios obra con tal poder que es imposible comprenderlo; sin embargo, de ninguna manera somos impulsados por ello a darle gracias; e incluso por un beneficio tan grande como el de habernos llamado al conocimiento de su evangelio. Pero, por el contrario, ¿acaso no vemos una multitud de derrochones que se burlan cuando habla Dios, y cuya atención a la predicación es la misma que le prestan a las fábulas? Y con esa actitud, ¿acaso están expresando la debida reverencia a la palabra de Dios? Ciertamente, no. Aunque existen muchos de esos bufones, que no se benefician ni con la palabra de Dios ni con sus milagros no por eso debemos escandalizarnos totalmente, sino permanecer firmes, a efectos de no caer en la misma condenación habiendo despreciado las maravillosas obras de Dios, y no habiéndolo honrado como él se lo merece.
Eso es lo que debiéramos notar en primer lugar. Ahora San Lucas agrega que Pedro, en nombre de los apóstoles, demostró que los bufones y despreciadores de Dios estaban muy equivocados al considerar semejante milagro, que hablan visto ante sus ojos, con desprecio y burla, y que el mismo no debía ser atribuido a la ebriedad de la que acusaron a los apóstoles. Pedro dijo: "Varones judíos, y todos los que habitáis en Jerusalén, esto os sea notorio, y oíd mis palabras. Porque éstos no están ebrios, como vosotros suponéis, puesto que es la hora tercera del día." Ahora, por medio de esto debemos notar, en primer lugar, que los antiguos tenían otra manera de contar las horas que nosotros; porque tomaban la primer hora a la salida del sol, y siempre contaban doce horas, hasta la puesta del sol, de manera que, conforme los días eran más largos o más cortos, las horas también eran más largas o más cortas. Además, dividían al día en forma también diferente, en cuatro partes, es decir: desde la primera hora hasta el fin de la tercera hora, desde la tercera hasta la sexta, desde seis hasta nueve, desde nueve hasta doce. De manera que la sexta hora del día era el mediodía, y la tercera era alrededor de las ocho o nueve de la mañana, según contamos nosotros.
Ahora venimos al motivo que presenta San Pedro para mostrar que no estaban ebrios, como pensaban los judíos. Es como si hubiera dicho: "Ahora estamos en la tercera hora del día," que es (como he dicho) entre las ocho y nueve de la mañana; "en la vida no ocurre que los hombres se embriaguen a esta hora; ni siquiera los que no asisten al servicio de Dios." Con esto San Pedro denuncia la ebriedad, y demuestra que es vergonzoso cuando un hombre comienza en la mañana a embriagarse. Sin embargo, son más los que no se preocupan, aunque son dados a la ebriedad, de perder la sensibilidad y razón. Algunos no están ebrios por lo que han bebido en la mañana, sino que están tan impregnados de vino que al llegar la noche pareciera que aun durante la mañana no hicieron otra cosa que beber. Otros, por temor a rehusarse de beber comienzan tan temprano en la mañana que durante el resto del día no vuelven a estar sobrios; y entonces el vino los priva de toda inteligencia y razón, de manera que no saben ni cómo andar ni como conducirse. Entonces San Pedro dice: "Estos hombres no están ebrios," demostrando con ello que es algo que desagrada a Dios. Ahora debemos notar aquí que los judíos detestaban la ebriedad, de manera que cuando alguno de ellos era sujeto a caer en embriaguez, consideraban que debía ser a la noche, avergonzados de tener que ser vistos por otros. Con ello vemos que los hombres son más desvergonzados ahora que en aquel tiempo. Porque en aquel entonces buscaban la oscuridad de la noche, pero ahora no tienen escrúpulos de embriagarse en pleno mediodía; y entonces tienen que dormir y fermentar su vino. Aun escuchando el sermón dejan ver en qué condición están; porque no saben cómo permanecer una hora para escuchar la palabra de Dios sin mostrar el efecto de su ebriedad; están tan adormecidos que no aprovechan nada. Pero nadie debería estar demasiado asombrado por esto, porque el vino y la carne sin digerir aun, en los que se han llenado hasta el límite, más que las bestias brutas, hacen que duerman tan profundamente. A veces incluso duermen durante el sermón matutino, aunque aparentemente todavía no deberían haber bebido o comido. Pero con ello demuestran su gusto por la palabra de Dios, porque no sabrían como excusarse viendo que se levantan a la misma hora que otras personas.
Entonces, para venir al asunto que nos ocupa, San Pedro habla conforme a la costumbre de aquel tiempo, diciendo: "A juzgar por la vida común no es cierto que estos hombres estén ebrios, puesto que es la tercera hora del día." Ahora aplica los milagros que habían sido hechos por su doctrina. Porque el Espíritu Santo no fue dado a los apóstoles para ser guardado en secreto tratándose de magnificar las obras de Dios; al contrario, debían ser firmes en llevar constantemente la palabra, y en publicar el evangelio, puesto que nuestro Señor les dio los medios para hacerlo. También vemos que Dios obró poderosamente, y que el hecho de que Dios haya sido predicado a todo el mundo y por un número tan pequeño de personas no procedía de los hombres. Ahora bien, en su predicación San Pedro demuestra una santa osadía del Espíritu de Dios advirtiendo a quienes no la habían recibido en reverencia, que Jesucristo no se manifiesta a aquellos que desprecian sus obras y se burlan de ellas. Además, cuando dice: “Y todos ustedes que habitan en Jerusalén," se dirige en general a nosotros, si bien ello no incluía a ciertas personas, es decir, a aquellos que se habían burlado del milagro. Porque hubo muchos en la compañía de los apóstoles que quedaron grandemente asombrados y que habían venido con reverencia. ¿Por qué es entonces, que San Pedro les atribuye a todos ellos el haberse burlado? Ahora bien, al reprender el pecado de ellos, quiso beneficiar a toda la compañía, y por medio de esta ocasión confirmar tanto más, incluso en los corazones de otros que estuvieron asombrados, una adoración y reverencia por la obra de Dios, echando lejos la opinión y todos los demás pensamientos necios de aquellos bufones. Actualmente aun hablamos de esta manera; porque cuando hay bufones en una compañía, y queremos reprender este pecado, vociferamos contra todos, aunque no todos sean culpables. Sin embargo, los que son culpables deberían ser acusados en sus conciencias; porque tienen suficiente testimonio de su error, sin que nadie proceda contra ellos y presente cargos específicos. No obstante, a veces es necesario que alguien hable más directamente a la gente, y que sean acusados llamándolos por nombre, a efectos de despertar su memoria, usando el ojo y el dedo para señalarles sus faltas; porque de esa manera se avergüenzan más que si son meramente amonestados en público. Pero es una maravilla cuando alguien puede soportar la amonestación por algún pecado, aunque la amonestación sea en público; porque se quieren cubrir, diciendo que si bien puede haber muchas persona culpables del pecado del que se los acusa, ellos pertenecen a los inocentes. Entonces ellos murmuran: ¿Por qué alguien tiene que vociferar contra nosotros? ¿Si esos pecadores existen, es necesario reprender a todos y hablar así en público?" Es así cómo los hombres siempre hallan ocasión para murmurar contra la doctrina, y si bien vemos que pueden haber sido muy pocos los que se burlaron del milagro que aquí se menciona, San Pedro dirige su palabra a todos cuando dice: "Todos ustedes que habitan en Jerusalén; sea notorio entre ustedes que estos hombres no están ebrios como ustedes suponen." Sin embargo, viendo que San Pedro habló de esa manera, no seamos nosotros más sabios que el Espíritu Santo; cuando existe un pecado que no está en todos, no por eso dejemos de hablar a todos, y que mediante este ejemplo, los inocentes sean advertidos a no murmurar, sabiendo que si son exentos de un pecado, cuando alguien los mira muy cuidadosamente los hallará mil veces dignos de ser culpados.
Ahora venimos a lo que San Pedro intenta hacer mediante esta predicación, es decir, intenta llevar a la gente al conocimiento de Jesucristo; porque, en efecto, ese es el propósito para el cual los apóstoles recibieron el don de lenguas. Porque la diversidad de lenguajes era, realmente, un impedimento que cerraba la puerta al evangelio, de manera que sin el conocimiento de lenguas, parecía imposible que el evangelio pudiera ser publicado a través del mundo. Entonces San Pedro dice: "Si ustedes recuerdan la profecía del profeta Joel, la promesa contenida en ella fue cumplida con la venida de Jesucristo. Porque después de que el profeta hizo algunas amenazas, agrega esta promesa, que Dios derramará su Espíritu sobre toda carne." Con lo cual indica que cuando Dios castiga las iniquidades del mundo, no será para hacer desesperar a los elegidos, sino para confirmarlos mediante el ejercicio de las tribulaciones de este mundo, que son enviadas incluso antes a los elegidos que a los rechazados. Es por esto entonces que nuestro Señor no suelta las riendas a su venganza, de modo de no retenerla, a efectos de perdonar a aquellos que tendrán refugio en su bondad y misericordia; porque siempre está cercano a aquellos que verdaderamente le invocan. Ahora bien, el estilo común de los profetas siempre ha sido tal que cuando quieren consolar a los pecadores, los conduce al conocimiento de Jesucristo. Y no es sin causa, porque si Jesucristo es quitado de nosotros, ¿qué hallaríamos en Dios? Hallaríamos en él una altura que derribaría a todas las criaturas; por causa de ella, habiendo llegado a conocernos a nosotros mismos, solamente hallamos pecado y vicio, y para presentarnos ante la majestad de un Juez tan grande solamente entenderemos la justicia y el rigor de su venganza, la cual nos es preparada por causa de nuestras iniquidades. En efecto, ¿qué pasará a aquellos de nosotros que nos exceptuamos del número de los pecadores, diciendo que no hay ninguna necesidad de recurrir al conocimiento de Jesucristo? Sin embargo, vemos la indiferencia que hay en los hombres en este sentido. Es cierto que no dirán abiertamente que no quieren conocer a Jesucristo; pero son muy pocos los que cumplen con su deber buscándole como es debido. De modo que no debe asombrarnos de ninguna manera que los profetas siempre insistan en este asunto de conducimos al conocimiento de Jesucristo; porque él es el único medio de reconciliación con Dios, en lo cual debemos establecer nuestro fundamento. Ahora vemos que, cuando el Espíritu Santo fue derramado tan abundantemente, no fue con ningún otro propósito sino que los hombres que habían sido extraños al conocimiento de Jesucristo, pudieran ser llamados, y todos pudiéramos ser convertidos para ser juntos el pueblo de Dios y recibir a Cristo.
Pero a efectos de tener un entendimiento mejor de este pasaje, debemos exponer lo dicho por el profeta: "Yen los postreros dios, dice Dios, derramaré de mi Espíritu sobre toda carne, y vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán; vuestros jóvenes verán visiones, y vuestros ancianos soñarán sueños." Por medio de esto debemos notar que, si bien el profeta dice que el Santo Espíritu será derramado sobre toda carne, sin embargo, no todos lo recibirán. Como vemos, en efecto, que existen muchos que son privados de él. Sin embargo, Dios nos llama a todos, pero nosotros le resistimos con nuestra ingratitud y malicia. Siempre sigue siendo cierto que nadie viene a él, sino aquel a quien él atrae por medio de su Santo Espíritu. Con ello también se nos significa que, si por fe venimos a Jesucristo, y con auténtica humildad mantenemos la fe recibiremos con tanta abundancia los dones su Espíritu que seremos capacitados para comunicarlos a nuestros vecinos. Así es entonces cómo Jesucristo nos llama a todos en general; sin embargo, es muy necesario que vengamos a él; porque rechazamos este beneficio que nos es presentado. ¿Por qué? Porque nos consideramos indignos del mismo, prefiriendo entregarnos a nuestras vanidades, más que al temor de Dios. Ahora bien, puesto que es cierto que muchos no reciben los dones que les son presentados, si bien son llamados, uno podría preguntar por qué habla así el profeta. Pero él quiso hablar en términos tan generales para mostrar que él los traerá a su conocimiento de todas las condiciones y de todas las edades; también, porque ahora Dios no hace distinción entre judíos y gentiles; porque por su poder el Espíritu Santo obra por medio de todos. Vemos que los judíos fueron, entre todos los demás, los primeros que tuvieron conocimientos del verdadero Dios; y aunque el número de aquellos, entre los judíos, que creyeron haya sido muy pequeño, no obstante, el Espíritu Santo les fue presentado. También los paganos han sido instruidos por la predicación del evangelio. Así es cómo, sin asombrarse, el profeta dijo que Dios ha derramado su Santo Espíritu sobre toda carne. Ahora bien, la doctrina que fue proclamada al comienzo de la predicación del evangelio, provino primero de los judíos, a efectos de que lo dicho por Ezequiel pudiera ser cumplido: "Ríos correrán hasta los confines de la tierra, procedentes de Jerusalén." Con lo cual el profeta quiere indicar que esta diversidad de lenguas nunca podría haber sido entendida si el Espíritu Santo no hubiera sido enviado a los apóstoles para lograr que su doctrina fluyera al mundo entero. De manera entonces, consideremos cómo obró Dios mediante su sabiduría incomprensible, para que su evangelio fuese publicado. Porque si bien los apóstoles habían sido suficientemente instruidos por Jesucristo, no obstante, no dejan de ser toscos hasta haber recibido el Espíritu Santo. Pero cuando lo reciben, véanlos, convertidos de hombres pobres e ignorantes, en grandes eruditos, de manera que tienen conocimiento de diversidad de lenguajes, que constituían un impedimento para la publicación del evangelio. De manera que no es sin causa que el profeta Joel diga que Dios derramó de su Espíritu sobre toda carne.
Además debemos notar bien el pasaje donde dice que viejos y jóvenes profetizarán. Con ello indica que viejos y jóvenes, todos participarán del don del Espíritu Santo. No debemos tratar de saltear el conocimiento de la exposición de este texto, cuando el profeta dijo: "toda carne"; porque el mismo texto muestra suficientemente la intención del mismo. Además, cuando dice que los jóvenes profetizarán está hablando conforme a la costumbre de su tiempo; porque Dios usó de estos dos medios para con sus siervos, es decir, (1) la visión o (2) el sueño; como está escrito en el capitulo doce de Números, se mostrará a los profetas por medio de la visión, y les hablará en sueños, pero en cuanto a su siervo Moisés dice que le hablará cara a cara. Sin embargo, alguien podría alegar que la doctrina no estaba bajo la ley como lo está ahora, y que, si Dios se manifestó a sí mismo a los profetas del Antiguo Testamento, a nosotros no se muestra así ahora. A efectos de responder tenemos que notar que, si bien el profeta usa estos términos, es únicamente para acomodarse a su propio tiempo, y para no decir que nosotros no hemos de tener una medida mayor de conocimiento. Porque en el Antiguo Testamento la verdad no nos es declarada tan abiertamente como ahora a través de Jesucristo. Porque en lugar de los sacrificios ordenados por Dios en la antigua ley, para que fuesen tipos y sombras que él necesitaba repetir con frecuencia para mostrar que solamente por medio del Mediador tienen los hombres acceso a Dios, ahora tenemos al Mediador en persona, que mediante su sacrificio único cumplió de una vez para siempre con todas los requisitos. Y nosotros ahora no tenemos que hacer sacrificio alguno de expiación y satisfacción por nuestros pecados, sino que hemos de rendir a Dios sacrificios de alabanza; y por medio de nuestro Señor Jesucristo él está satisfecho con este sacrificio. Y aunque en la Escritura diga que a la venida de Jesucristo el mundo entero preparará altares para hacer sacrificios a Dios, nosotros, no obstante, tenemos que dejar el tipo y habitar en la verdad. Porque así como el altar era la señal de la adoración que debe ser dada a Dios, cuando dice que él hará sacrificio a través del mundo entero, lo que se quiere decir es que Dios será adorado universalmente. Es cierto que el Papa y todos los suyos quieren deducir de este pasaje que los sacrificios tienen que ser hechos. Y cuando quieren aprobar su misa, presentan como testimonio esta Escritura. Pero si fuera cierto lo que ellos hacen creer a la gente, tendríamos que deducir que Jesucristo todavía no ha aparecido, y que su reino no ha venido en absoluto. Pero se ve lo contrario. Y silos profetas han hablado de esa manera, es para indicar que Dios será adorado universalmente en espíritu y en verdad, sin depender más de los tipos. Además tenemos que notar que aquí la palabra profecía no es tomada por el profeta en el sentido de declarar cosas venideras, uso que se le daba antes, en cambio quiere decir que aquel que tiene el don de profecía enseñará y aplicará la doctrina, a efectos de que seamos guiados al conocimiento de la verdad y para que sepamos cómo aprovechar de ella. De manera entonces, la promesa de la venida de Jesucristo contiene esto: que los hombres podrán tener un conocimiento mayor de las cosas divinas del que tenían antes. En efecto, San Pablo lo llama una sabiduría de Dios debajo de la cual todas las cosas debieran humillarse. Ahora tenemos que hacer de todas estas cosas una conclusión sumaria: que así como nuestro Dios, enviando al mundo a su Hijo Jesucristo, quiso aseguramos más expresamente de nuestra salvación, así también, enviando a su Espíritu Santo, nos hizo, más que nunca, partícipes de sus gracias.
Luego el profeta Joel agrega en este pasaje: "Y daré prodigios en el cielo y en la tierra, sangre, y fuego, y columnas de humo. El sol se convertirá en tinieblas, y la luna en sangre."6 Con estas palabras indica que al manifestarse Jesucristo tienen que ocurrir cosas grandes y maravillosas. ¿Y por qué? Porque el mundo experimenta un cambio. Todos aquellos que quisieran seguir a Jesucristo tienen que cambiar totalmente su forma natural de ser. Es por eso también que el tiempo de la venida de Jesucristo es llamado "el tiempo final." Además, esto no se dice de un día o de un mes, sino que el profeta aplica todo lo dicho aquí al tiempo entre la venida de Jesucristo y el juicio final; y tenemos que incluir los milagros que serán hechos a la venida de Jesucristo en el tiempo comprendido entre su venida y el día final. En efecto, cuanto más avancemos, más será hecho, lo cual también experimentamos cada día. Ahora bien, puesto que comprendemos el sentido de profeta, ahora tenemos que tratar de aplicarlo a nuestro uso. En primer lugar, cuando dice que Dios derramará su Espíritu sobre toda carne, hay que notar que el mayor beneficio que podemos tener es el de ser partícipes de los dones de su Santo Espíritu. Y es el más excelente de los dones que Dios ofrece a los hombres; en comparación con él toda la liberalidad que El muestra por medio de las cosas terrenales, no es nada. Porque cuando somos privados de este don, Jesucristo es quitado de nosotros, y mientras no seamos vestidos de Cristo, todo cuanto hacemos es para nuestra condenación. Dios también afirma que no podemos ser hijos suyos hasta no haber sido lavados por su Espíritu Santo. Ahora bien, si no somos sus hijos, no somos partícipes, en absoluto, de la comunicación de Jesucristo. Porque, si bien Dios nos presenta sus dones, no obstante, Jesucristo no es nada para nosotros hasta que no hayamos recibido el Espíritu Santo. Deduzcamos entonces, por medio de esto, que hasta no ser partícipes del Espíritu Santo, estamos perdidos y somos rechazados; porque es él quien nos santifica y quien nos convierte en santos delante de Dios. De manera entonces, hasta que él nos haya llamado a su presencia, por medio del conocimiento de su Santa Escritura (conocimiento que no podemos tener excepto por el don del Espíritu), para elevar nuestros espíritus, estamos detenidos en la tierra como en una tumba: Así dice San Pablo: "Los que han recibido el Espíritu Santo, y que andan conforme a la voluntad de Dios la cual nos es declarada por medio de su palabra, aquellos, digo, son hijos de Dios; pero son hijos del diablo aquellos que siguiendo sus deseos carnales están dados nada más que a voluptuosidad." Es por eso entonces que el conocimiento de la verdad de Dios nos es necesario, si queremos pertenecer al número de los hijos suyos.
Además, no debemos excusarnos si no recibimos sus dones; porque él nos los ofrece; pero nosotros somos tan miserables que rechazamos el don que él está dispuesto a ofrecernos. De esta manera es manifestada la bondad de Dios hacia los hombres, en efecto, a pesar de que ellos siempre están luchando contra su voluntad, él, no obstante no deja de presentarse a nosotros, tal como lo dice aquí el profeta: "Jóvenes y ancianos, hombres y mujeres todos recibirán el mismo espíritu." Es a efectos de que nadie pueda argumentar de esta manera: "Ah, pero yo no soy estudiante, por lo tanto no puedo entender lo que dice en las escrituras, para recibir el Espíritu Santo." Ciertamente, ¿acaso ha prometido Dios solamente a los eruditos el don de su Espíritu Santo, sin distribuirlo también a otros? Ahora bien, es un abuso presentar semejantes excusas. Entonces, viendo que Dios es tan liberal que no quiere excluir ni edad ni sexo de la recepción de su Espíritu Santo, ¿acaso no somos muy miserables alejándonos cuando él se acerca a nosotros? En efecto, aquí se habla de la profecía que tiene que ser cumplida a la venida de Jesucristo. Entonces, puesto que es cierto que él reina en el día de hoy, es preciso que ello es muy cierto. Y, ay de nosotros, puesto que lo dicho nos ha sido abierto tan claramente, si hacemos otra cosa que cumplir con nuestro deber de andar en el temor de Dios, y de recibir los dones que nos son presentados por él. Ya he dicho que ninguno es exceptuado, pero somos tan malvados que no podemos aceptar lo que nos es dado. ¿Y cuál es la causa de ello? Nuestra infidelidad. Y sin embargo, es un pecado inexcusable, tanto en jóvenes como en ancianos, cuando no quieren ponerse bajo la obediencia de Dios, viendo que todos son llamados por él. Y no tenemos que asombrarnos cuando es evidente que la enseñanza les aprovecha tan poco. Porque, considerándolo, los ancianos serán tan obstinados y arraigados en su mal, que nadie sabe cómo argumentar provechosamente con ellos. Los jóvenes son descarriados como diablos, y si uno argumenta con ellos, se ponen tan furiosos que dan la impresión de querer arruinar a Dios, a su palabra, y a aquellos que la llevan. Ahora bien, Jesucristo, que es la sabiduría, la dulzura y amabilidad del Padre, no quiere tener comunicación con semejantes zorros y leones, y cuando uno les muestra que tiene que humillarse bajo la poderosa mano de Dios, para que puedan saber que tienen un Padre en el cielo, que se ocupará, no solamente del alimento corporal, sino que también los protegerá y los gobernará por medio de su Espíritu Santo, ellos de ninguna manera se someterán, sino que quieren tener libertad a efectos de tener plena licencia para hacer el mal.
Ahora, puesto que el tiempo no nos permite hablar más de esto dejaremos el resto hasta el siguiente día del Señor. Y puesto que no vamos a reconocernos aceptables a Dios, excepto por medio de nuestro Señor Jesucristo, inclinémonos en humilde reverencia ante su rostro en el nombre de Cristo.
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