El Púlpito del Tabernáculo Metropolitano
Vida de entre los Muertos
NO. 2267
Un sermón predicado la noche del Jueves 13 de marzo, 1890
por Charles Haddon Spurgeon
En el Tabernáculo Metropolitano, Newington, Londres
y también leido el Domingo 31 de Julio de 1892.
"Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados." Efesios 2: 1.
Sermones
Nuestros traductores, como pueden observar, han insertado las palabras "os dio vida," (1) porque Pablo había lanzado el sentido un poco lejos, y era posible que el lector no lo atrapara. No hacen otra cosa que anticipar lo expresado en los versículos cuatro y cinco: "Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo."
He aquí el punto. Dios nos ha dado vida, a quienes estábamos muertos en delitos y pecados, muertos espiritualmente. Estábamos llenos de vigor para todo lo que era contrario a la ley o a la santidad de Dios. Nosotros caminábamos de acuerdo al derrotero de este mundo. Pero en todo asunto espiritual, no éramos únicamente algo incapaces, o algo débiles, sino que estábamos real y absolutamente muertos. No teníamos el sentido para comprender las cosas espirituales. No poseíamos ni el ojo que pudiera ver, ni el oído que pudiera oír, ni el poder que pudiera sentir.
Todos nosotros estábamos muertos; y sin embargo, no todos éramos iguales. La muerte puede ser universal sobre un cierto número de cuerpos, pero esos cadáveres tienen, cada uno, una apariencia muy diferente. Los muertos que sucumben en el campo de batalla, destrozados por perros o por aves de rapiña, pudriéndose, en descomposición bajo el sol, ¡cuán horrible espectáculo ofrecen! Tu ser querido que se marchara hace poco tiempo, acostado en su ataúd, ¡cuán hermoso se veía! El cadáver parecía que vivía todavía; sin embargo, tu pariente en ese ataúd está tan muerto como los cuerpos desfigurados que están desperdigados sobre el campo de batalla. La corrupción todavía no ha terminado su trabajo, y el tierno cuidado ha logrado proteger su cuerpo, hasta este momento, de lo que con certeza le acontecerá. Sin embargo, hay muerte, muerte segura, muerte completa, tanto en un caso como en el otro.
De igual manera, vemos a muchas personas que son atractivas, amigables, moralmente admirables, como aquél a quien el Salvador miró y amó; sin embargo, a pesar de todo eso, están muertas. Tenemos a otros que son borrachos, blasfemos, impúdicos; ellos están muertos, pero no más muertos que los otros; pero su muerte ha dejado sus terribles huellas más claramente visibles. El pecado engendra muerte, y la muerte engendra corrupción. Si estábamos en estado de corrupción o no, no es un tema que necesito debatir aquí; que cada uno juzgue por sí mismo. Pero muertos sí estábamos, con absoluta certeza. Aunque hayamos sido educados por padres piadosos, y hayamos recibido buena instrucción en el esquema del Evangelio, y hayamos sido saturados de la piedad que nos rodeaba, estábamos muertos, tan muertos como la prostituta callejera, tan muertos como el ladrón en la cárcel.
Ahora, el texto nos dice que aunque estábamos muertos, Cristo ha venido, y por Su Espíritu nos ha levantado de la tumba. Este texto nos trae nuevas pascuales; entona himnos a la resurrección; toca a nuestro oído la trompeta de una nueva vida, y nos introduce a un mundo de gozo y alegría. Estábamos muertos, pero ahora vivimos por el Espíritu de Dios.
No puedo evitar detenerme un minuto para saber si eso les ha ocurrido a ustedes, mis queridos lectores, y para orar para que lo que les diga, actúe como un tipo de tamiz que establezca una separación entre los que realmente viven y aquellos que sólo piensan que viven, de tal forma que, si no han recibido la vida, si únicamente son "un hijo de la naturaleza, primorosamente vestido," pero muertos espiritualmente, puedan tomar conciencia de ello. Si han recibido la vida, aunque su vida sea débil, pueden clamar al Dios vivo con el "¡Abba, Padre!", que nunca brota de ningún labio que no haya sido tocado y revivido por el Espíritu Santo.
I. Primero hablemos un poco de nuestra RESURRECCIÓN. Quienes hayan sido revividos van a entender lo que digo. Me atrevo a decir que a los que no lo hayan sido, les parecerá una fábula ociosa.
Bien, queridos amigos, si hemos recibido la vida, hemos sido resucitados de arriba. "Y él os dio vida a vosotros." El propio Dios ha tratado con nosotros. Nos ha levantado de los muertos. Él nos creó al principio; y Él nos ha creado de nuevo. Él nos dio la vida cuando nacimos; pero ahora nos ha dado una vida más elevada, que no podríamos encontrar en ninguna otra parte. Él debe darla, invariablemente. Ningún hombre se dio vida a sí mismo jamás. Ningún predicador, independientemente de su entrega, puede hacer que uno de sus oyentes viva. Ningún padre, sin importar sus múltiples oraciones, ningún maestro, a pesar de sus muchas lágrimas, puede hacer que un niño viva para Dios. "Y él os dio vida a vosotros," es cierto para todos aquellos que han recibido la vida. Es una chispa divina, una luz del grandioso Sol central de luz, el gran Padre de las luces.
¿Acaso hemos experimentado eso? ¿Hemos recibido un toque divino, una energía sobrehumana, un algo que todo el conocimiento y toda la sabiduría y toda la piedad del hombre, no podrían obrar en nosotros jamás? ¿Hemos recibido vida de lo alto? Si es así, me atrevo a decir que recordamos algo de ello. No podríamos describirlo; nadie puede describir su primer nacimiento; permanece en el misterio. Tampoco puede describir su nuevo nacimiento; ese es todavía un misterio mayor, pues es una obra secreta e íntima del Espíritu Santo, cuyo efecto sentimos, pero que no podemos decir cómo se realizó.
Pienso que, usualmente, cuando llega la vida divina, la primera conciencia que tenemos de ese revivir es un sentido de dolor. He sabido que cuando un hombre está a punto de ahogarse, mientras sucumbe bajo el poder de la muerte, siente poco o casi nada, y que inclusive puede tener sueños placenteros; pero que cuando en el proceso de resucitación, lo han frotado hasta que la sangre comienza a fluir, y la vida empieza a revivir un poco, experimenta fuertes punzadas y gran dolor. Una de las señales que la vida está retornando a esa persona es que despierta de su sueño placentero y siente mucho dolor. Si sucede así con cada persona que es rescatada de ahogarse o no, no lo sé; pero pienso que así sucede con cada persona que es salvada de ahogarse en el río del pecado.
Cuando la vida comienza a venir a él, siente como nunca sintió antes; el pecado que era placentero se convierte en un horror para él. Lo que era fácil se vuelve un lecho de espinas. Dale gracias a Dios, amado lector, si tienes vivas punzadas. Es algo terrible que tu conciencia esté endurecida, como en los propios fuegos del infierno, endurecida como el acero. Tener una conciencia es una gran misericordia, aunque sea únicamente una conciencia dolorosa, y cada movimiento de la vida interior parezca desgarrar tu alma. Esta vida divina usualmente comienza con dolor.
Luego, todo te sorprende. Si una persona no hubiera vivido nunca antes, y recibiera la vida de un adulto, todo sería tan extraño para él como lo es para un pequeñito; y para un hombre nacido de nuevo, todo es extraño en el dominio espiritual en el que ha nacido. Es sorprendido cien veces. El pecado se muestra como pecado; no puede entenderlo. Había mirado anteriormente al pecado, pero no lo había visto como pecado. Y Cristo se manifiesta a él ahora de una manera muy gloriosa; había oído de Cristo antes, y tenía cierta comprensión de Él; pero ahora se sorprende al descubrir que Aquél de quien decía que no había parecer en Él, ni hermosura, es, después de todo, todo Él codiciable. Para el alma que ha nacido de nuevo, todo constituye una sorpresa. No acaba de cometer desaciertos; se equivoca muchas veces en sus cálculos, porque todo es nuevo para él. El que está sentado en el trono dice: "He aquí, yo hago nuevas todas las cosas;" y el hombre renovado dice: "Señor mío, así es."
Alguien me dijo, cuando se convirtió en un miembro de la iglesia: "una de dos cosas: o yo soy una nueva criatura, o de lo contrario el mundo está del todo alterado en relación a lo que antes era. Hay un cambio en alguna parte;" y ese cambio es de muerte a vida, de las tinieblas a la luz admirable de Dios.
Ahora, así como la vida viene con extrañas sorpresas y con mezclas de dolor, así, queridos amigos, viene a menudo con muchas preguntas. Un niño hace miles de preguntas; tiene que aprenderlo todo. Pensamos muy poco en todo lo que los niños tienen que experimentar, inclusive antes de llegar al punto en que puedan usar sus ojos. Ellos desconocen la distancia a la que se encuentran los objetos; tienen que aprender eso mirando muchas veces. Cuando el objeto cae en el campo de la retina, el niño no sabe si es un objeto distante o cercano, sino hasta tiempo después. Lo que creen que sabíamos, ustedes y yo, desde nuestro nacimiento, lo desconocíamos; tuvimos que aprenderlo.
Y cuando un hombre nace al reino de Dios, tiene que aprenderlo todo; y por consiguiente, si es sabio, cuestiona a creyentes más ancianos y más sabios acerca de esto y de aquello. Yo les ruego a ustedes que son instruidos, y que se han convertido en padres, que no se rían nunca de los bebés en la gracia, aunque les hagan las preguntas más absurdas. Anímenlos a que hagan preguntas; déjenlos que les comenten sus dificultades. Tú, por la gracia de Dios, eres un hombre; este pequeñito no es sino un bebé que acaba de nacer; escucha lo que tenga que decir.
Ustedes, madres, hacen esto con sus hijitos. Ustedes están interesadas, se agradan, se divierten con lo que ellos dicen. Así deben tratar los santos instruidos a quienes acaban de recibir la vida. Ellos se acercan a nosotros, y preguntan: "¿qué es esto? ¿Qué es eso? ¿Qué es lo otro?" Es un tiempo de preguntar, es un tiempo de inquirir. Es muy bueno, también, si es un tiempo de sentarse a los pies de Jesús, pues no hay otro lugar tan seguro para un creyente recién nacido, como los pies de Jesús. Si acude a los pies de cualquier otra persona, puede correr el riesgo de recibir instrucción errónea en un momento en el que su juicio puede ser torcido por cualquier cosa, cuando es sumamente impresionable, y tiene poca posibilidad de olvidar los errores que ha cometido, si los ha tomado prestados de otros. Así ven ustedes lo que la vida divina hace, cuando viene al alma. Llega a nosotros con dolor; nos da muchas sorpresas; y provoca un sinnúmero de preguntas.
Entonces comenzamos a intentar muchísimas cosas que no habíamos intentado nunca antes. El hijo de Dios recién nacido es muy semejante a cualquier hijo recién nacido en el plano natural, en algunas cosas; y después de un tiempo, ese niño comienza a caminar. No, no comienza a caminar: comienza a gatear; no puede caminar al principio. Se arrastra, feliz de lograr cualquier tipo de progreso; y cuando se logra parar sobre sus pies pequeñitos, se mueve de una silla a la otra, temblando en cada paso que da, y de pronto se cae. Pero se levanta de nuevo, y así aprende a caminar.
¿Recuerdas cuando vino a ti la nueva vida? Yo sí lo recuerdo. Recuerdo la primera semana de esa vida nueva, y cómo, en el segundo domingo, volví al lugar donde había oído el Evangelio para salvación de mi alma, pensando que asistiría con regularidad allí. Pero, durante la semana, yo había hecho muchos experimentos, y me tropecé muchísimas veces, y el predicador se basó en el texto: "¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?" Yo pensé: "sí; sé todo al respecto de eso; ese es mi caso." Cuando el predicador dijo que Pablo no era un cristiano cuando escribió esas palabras, aunque yo sólo contaba con siete días de edad en las cosas divinas, yo sabía que eso no era cierto, por lo que no volví allí jamás. Yo sabía que nadie sino sólo un cristiano, podría o querría clamar contra el pecado con ese gemido amargo; y que si la gracia de Dios no estuviera con él, se quedaría satisfecho y tranquilo; pero que si sentía que el pecado era algo horrible, y él era un hombre miserable por causa de ese pecado del cual debía ser liberado, entonces con seguridad sería un hijo de Dios, especialmente si podía añadir: "Mas gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo."
Amados, nosotros cometemos muchos errores, y continuaremos cometiéndolos. Al mismo tiempo, aprendemos por medio de nuestros experimentos. Ustedes recuerdan cuando comenzaron a orar; ¿les gustaría que esa primera oración fuera impresa? Yo creo que a Dios le gustó más que muchas de las jaculatorias que se repiten. Puede ser que a ti no te guste tanto; no se vería bien, si estuviera impresa. Tú recuerdas cuando comenzaste a confesar a Cristo a un amigo por primera vez. ¡Oh, ciertamente tartamudeabas y balbuceabas cuando intentabas hacerlo! Tenías más lágrimas que palabras; no se trataba de un discurso "árido;" lo sazonabas muy bien con llanto de dolor y ansiedad. Esa era la nueva vida expresando poderes con los que no estabas familiarizado; y yo creo que hay algunos hijos de Dios que tienen poderes que nunca descubrirán, a menos que traten de usarlos.
Me gustaría que algunos de los jóvenes que no oran durante la reunión de oración, intenten hacerlo. Y algunos de ustedes, hombres maduros, tal vez no han predicado nunca; pero podrían hacerlo si trataran; quisiera que lo intentaran. "Me quebrantaría si lo hiciera," dirá alguien. Yo quisiera que lo intentaras. Un sermón quebrantado, que quebranta al predicador, puede también quebrantar a la gente. Un tipo de sermón así puede contener muchas ventajas.
Entonces, así fue la manera en que la nueva vida, la vida espiritual, vino a nosotros. Nosotros desconocíamos lo que era, cuando vino; nunca antes habíamos sentido así; no podíamos pensar que realmente habíamos pasado de muerte a vida; y sin embargo, mirando hacia atrás, nos persuadimos que las congojas interiores, la angustia del corazón, los anhelos y las súplicas, y las luchas, y los llantos, no se habrían dado en un corazón muerto, sino que eran las señales seguras que Dios nos había dado vida, y que habíamos pasado a una novedad de vida.
II. Ahora, en segundo lugar, pensemos en NUESTRA VIDA PRESENTE. "Y él os dio vida a vosotros." Bien, entonces tenemos una vida nueva. ¿Cuál es el efecto de esta vida en nosotros? Me dirijo a ustedes, que han recibido la vida por gracia.
Bien, en primer lugar, ahora nos hemos vuelto sensibles a Dios. El inconverso vive en el mundo de Dios, ve las obras de Dios, oye la Palabra de Dios, asiste a la casa de Dios el día del Señor, y sin embargo no sabe que hay un Dios. Tal vez crea que lo hay, porque fue educado para creer eso; pero no es conocedor de Dios; Dios no ha entrado en él; no ha entrado en contacto con Dios.
Amados hermanos y hermanas en Cristo, yo creo que ustedes y yo podemos decir que para nosotros, el hecho más cierto en todo el mundo, es que hay un Dios. ¿No hay Dios? Yo vivo en Él. Díganle al pez en el agua que no hay agua. ¿No hay Dios? Yo vivo por Él. Díganle al hombre que respira que no hay aire. ¿No hay Dios? Yo no me atrevo a bajar las escaleras sin antes hablar con Él. ¿No hay Dios? Yo no querría cerrar mis ojos y entregarlos al sueño a menos que tuviera algún sentido de Su amor derramado en abundancia por el Espíritu Santo en mi corazón.
"¡Oh!" dirá alguien: "he vivido cincuenta años, y nunca he sentido nada de Dios." Di que has estado muerto cincuenta años; eso es más cercano a la verdad. Pero si hubieras recibido la vida del Espíritu Santo durante cincuenta minutos, este habría sido el primer hecho en la línea frontal de todos los hechos: Dios es, y Él es mi Padre, y yo soy Su hijo. Ahora te vuelves sensible a Su rostro, a Su sonrisa, a Su amenaza o a Su promesa. Lo sientes; Su presencia está fotografiada en tu espíritu; tu propio corazón tiembla por temor reverente a Él, y dices con Jacob: "Ciertamente Jehová está en este lugar." Ese es un resultado de la vida espiritual.
Ahora ustedes sienten armonía con vidas similares en otras personas. Ustedes poseen un amplio rango, pues la vida de Dios, Su vida en Su hijo recién nacido, es la misma vida que está presente en cada cristiano. Es la misma vida en el creyente recién nacido como en aquellos espíritus refulgentes que se encuentran ante el trono de Dios. La vida de Cristo, la vida de Dios, es infundida en nosotros en ese momento cuando somos resucitados de nuestra muerte en el pecado. ¡Cuán maravilloso es estar en armonía con Dios! Lo que Él desea, nosotros también lo deseamos. Su gloria es el primer propósito de nuestro ser. Él ama a Su Hijo, y nosotros amamos a Su Hijo. Deseamos, al igual que Él lo hace, que venga Su reino, y oramos porque Su voluntad sea hecha, como en el cielo, así también en la tierra.
Desearíamos que la muerte no se demorara, pues la vieja naturaleza es un estorbo; pero en la proporción en que la nueva vida está en nosotros, ahora caminamos en paralelo con Dios. Aspiramos tener la santidad en la que Él se deleita. No con pisadas iguales, sino con un paso tambaleante, caminamos en el mismo sendero que Dios ha marcado para Sí. "Está mi alma apegada a ti; Tu diestra me ha sostenido."
La nueva vida que nos ha puesto en armonía con Dios, y los santos ángeles, y los santos, y con todo aquello que viene de arriba, también nos ha vuelto capaces de gran placer. La vida es usualmente capaz de placer, pero la nueva vida es capaz del placer más elevado concebible. Tengo por cierto que ningún impío tiene la menor idea del gozo que a menudo llena el espíritu del creyente. Si los hombres del mundo pudieran conocer la bendición de vivir cerca de Dios, y de ser iluminados por la luz de Su rostro, arrojarían su riqueza al mar, y diez mil fortunas más, para vislumbrar este gozo que no puede ser comprado jamás, sino que es dado por Dios a todos aquellos que confían en Su amado Hijo.
No somos siempre iguales. ¡Ay!, somos muy cambiantes; pero cuando Dios está con nosotros, cuando los días son espiritualmente brillantes y largos, y nos encontramos en el corazón del verano de nuestra bendición celestial, no quisiéramos cambiar de lugar con los ángeles, sabiendo que muy pronto estaremos más cerca del trono que ellos; y, aunque ellos son siervos honrados de Dios, no son hijos amados como lo somos nosotros.
¡Oh, la emoción del gozo que ha inundado a veces nuestros espíritus! Podríamos haber muerto de deleite cuando hemos experimentado las cosas gloriosas que Dios ha preparado para quienes lo aman. No conocimos este gozo hasta que recibimos la nueva vida.
Pero debo agregar que también somos capaces de un agudo dolor que desconocíamos hasta entonces. Dios ha revivido nuestra conciencia como la pupila del ojo; ha hecho que nuestra alma sea tan sensible como una herida en carne viva, de tal manera que la mera sombra del pecado proyectada sobre el corazón del creyente le causará gran dolor; y, si comete pecados, como David, habla acerca de sus huesos como siendo quebrantados, y no es una figura demasiado fuerte del dolor que brota en el corazón creyente cuando ha cometido un pecado, y ha ofendido a Dios. El propio corazón, entonces, está quebrantado, y sangra por diez mil heridas. Sin embargo, este es uno de los resultados de que poseamos nueva vida; y diré esto, el dolor más agudo de la vida espiritual es mejor que el más sutil gozo de la vida carnal. Cuando el creyente se encuentra en el peor punto, está mejor que el incrédulo que pasa por su mejor momento; sus razones para gozar de felicidad están siempre trascendentalmente por encima de todas las razones de gozo que los mundanos puedan conocer jamás.
Ahora, queridos amigos, si hemos recibido vida espiritual, ustedes ven qué rango de ser poseemos, cómo podemos elevarnos al séptimo cielo o hundirnos en el abismo. Esta nueva vida nos hace capaces de caminar con Dios; eso es algo grande. Hablamos de Enoc que caminaba con Dios, y miramos a la santidad de su vida; pero, ¿alguien pensó jamás en la majestad de su vida? ¿Cómo camina Dios? Se requiere de un Milton para concebir la forma de caminar de Dios; pero quien tiene la vida divina camina con Dios; y algunas veces parece dar pasos de Alpe en Alpe, sobre mares y océanos, logrando hacer lo que, sin ayuda, jamás habría ni siquiera intentado.
Quien posee la vida divina es levantado hasta las infinitudes; él puede oír lo que no puede ser oído, y ver lo que no puede ser visto, pues "Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman. Pero Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu," cuando nos ha dado la nueva vida.
Un efecto de esta vida divina es poner vida en todo lo que hacemos. Me dicen que "los credos están muertos." ¡Sí, sí! Es algo placentero oír una confesión honesta; están muertos para los hombres que están muertos. Para mí, aquello que creo, no está muerto; es una parte de mí. No sostengo como verdad nada que pueda poner sobre un anaquel, y dejarlo allí. Mi credo es una parte de mi ser. Creo que es verdadero; y, creyendo que es verdadero, siento cada día su fuerza viva en mi naturaleza. Cuando alguien les diga que su credo es una cosa muerta, no lo contradigan para nada; no hay duda de ese hecho. Él se conoce más de lo que tú puedas conocerlo.
¡Oh, queridos amigos, nosotros no tengamos nunca un credo muerto! Lo que ustedes creen, deben creerlo a fondo; créanlo vivamente, créanlo realmente, pues no se puede creer en algo que es creído únicamente en la letra, pero que no ejerce ningún poder.
Si han recibido la vida por el Espíritu de Dios, sus oraciones son oraciones vivas. ¡Oh, las tantas oraciones muertas que son oídas junto al lecho; tantas palabras buenas que brotan al galope! El que está vivo para Dios, pide lo que necesita, y cree que lo obtendrá, y lo recibe. Esa es oración viva. Cuídense de las oraciones muertas; son una burla para el Altísimo. Yo no creo que un hombre que tenga vida pueda orar siempre al compás del reloj, a tal y tal hora. Sería algo así como el sermón de un ministro que sólo viene a leer, y a cuyo margen escribió: "llorar aquí," y "aquí debes mostrar gran emoción." Por supuesto que todo eso es basura; no puede hacerse conforme a un programa prefijado. No puedes proponerte "gemir a la una, y llorar a las tres." La vida no puede ser sujetada así. Me encanta tener un tiempo determinado para orar, y ¡ay del hombre que no tenga su tiempo para la oración! Pero al mismo tiempo, nuestra oración viva estalla horas antes del tiempo asignado, o a veces no viene en ese momento. Tienes que esperar hasta otro momento, y entonces tu alma es como una cierva en libertad.
Algunas veces podemos orar, y prevalecer, y salir vencedores; y otras veces, únicamente podemos encorvarnos ante el trono, y gemir: "Señor, ayúdame; no puedo orar; las fuentes parecen estar todas selladas." Ese es el resultado de la vida. Las cosas vivas cambian.
Hay algunos personajes en la Catedral de San Pablo; no los he visto últimamente, pero los he visto antes. Cuando vivía en el campo, venía a ver notabilidades a la Catedral de San Pablo. He oído que nunca han sufrido de dolor de cabeza en los últimos cien años, ni de dolores reumáticos, y nunca han sido torturados por la gota. La razón es que están cortados en mármol, y están muertos; pero un hombre que vive siente las nieblas y los vientos; sabe si el viento que está soplando es proveniente del este o del oeste. Antes de levantarse en la mañana, comienza a sentirse a veces con mucha energía y a veces se siente lerdo; no puede entenderse a sí mismo. A veces se siente feliz y puede cantar himnos; otras veces no puede hacer otra cosa sino suspirar y llorar, aunque escasamente sepa por qué. Sí, la vida es una cosa extraña; y si tienen la vida de Dios en su alma, experimentarán muchos cambios, y no siempre serán lo que quieren ser.
Si estamos vivos para Dios, cada parte de nuestra adoración será viva. ¡Cuánta cantidad de adoración muerta existe! Si continuamos con nuestros servicios según nuestra rutina regular, a un gran número de nuestros amigos se les dificulta mantenerse despiertos. Me temo que algunas personas van a un lugar de adoración porque pueden dormir mejor allí que en cualquier otro lado. No es adoración la que consiste en hacer lo que Hodge hacía, cuando dijo: "me gustan los domingos, pues en esos días puedo ir a la iglesia, y subir mis piernas y no pensar en nada." Esa es toda la adoración que muchas personas ofrecen a Dios, es decir, asisten a un lugar de adoración, y se sientan muy quietos allí, y no piensan en nada.
Pero si vives porque eres hijo de Dios, no puedes hacer eso. Si a veces, por la debilidad de la carne, caes en un estado de sopor, te desprecias por ello y te levantas y dices: "debo adorar a mi Dios; debo cantar, debo alabar a Dios. Debo acercarme a Él en oración."
III. Debo tocar mi tercer punto; pues nuestro tiempo vuela. Observen cuál es NUESTRA POSICIÓN PRESENTE, si Dios nos ha dado la vida.
En primer lugar, nuestra posición presente es esta: que hemos resucitado de los muertos. "Nos dio vida juntamente con Cristo. . . y juntamente con él nos resucitó." No podemos vivir donde vivíamos antes. No podemos llevar la misma ropa que antes. No hay nadie aquí presente al que le gustaría ir y vivir en una tumba. Si tú hubieras sido levantado de los muertos, después de haber sido enterrado en el Cementerio de Norwood, te garantizo que no irías allí para dormir esta noche.
Así el hombre que ha sido levantado una vez de los muertos por el poder de resucitar del Espíritu Santo, deja a los muertos; su antigua compañía ya no le satisface. Si has sido levantado de los muertos, y has salido de tu tumba, no irías por las calles de Londres con tu sudario encima. Eres un hombre que vive. ¿Cómo es que encuentro algunas personas que dicen que son parte del pueblo de Dios, pero a quienes agrada usar sus vestiduras de la tumba? Quiero decir que les gustan las diversiones del mundo; les gusta usar a veces la mortaja como un deleite. ¡Oh, no hagan eso! Si Dios ha hecho que vivan, aléjense de los muertos; aléjense de sus hábitos, y costumbres, y formas de ser. La vida no ve ningún encanto en la muerte. El hijo vivo de Dios quiere alejarse lo más que pueda de la muerte que una vez lo retuvo con sus lazos. "Salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el Señor, y no toquéis lo inmundo; y yo os recibiré, y seré para vosotros por Padre, y vosotros me seréis hijos e hijas, dice el Señor Todopoderoso." Esa es la primera parte de nuestra posición, que hemos llegado a vivir ahora una vida separada, y hemos abandonado el camino en que andábamos antes.
Junto a eso, somos uno con Cristo. "Nos dio vida juntamente con Cristo. . . y juntamente con él nos resucitó." Les acabo de mencionar que la vida que recibimos del Espíritu Santo cuando nacemos de nuevo, es la vida de Dios. Somos hechos partícipes de la naturaleza divina, por supuesto que en un sentido modificado, pero aun así, en un sentido verdadero. La vida eterna, la vida que no puede morir nunca, es entonces implantada en nosotros, tal como lo dijo Cristo: "El agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna." La vida del creyente es la vida de Cristo en el creyente. "Porque yo vivo, vosotros también viviréis." ¡Qué unión mística hay entre el creyente y su Señor! Comprendan eso; crean en eso; regocíjense en eso; triunfen en eso. Cristo y ustedes son ahora uno, y son llevados a vivir juntos en Él. ¡Que Dios les conceda el gozo de esa condición!
Una vez más, se nos dice que: "Juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús." Eso es maravilloso. No sólo hemos dejado a los muertos, y hemos sido unidos a Cristo, sino que somos llevados a sentarnos en el cielo con Cristo. Un hombre está donde está su cabeza, ¿no es cierto? Cada creyente está donde su Cabeza está; y si somos miembros del cuerpo de Cristo, nos encontramos en el cielo. Es una experiencia muy bendita poder caminar sobre la tierra mirando al cielo; pero es una experiencia más elevada vivir en el cielo, y mirar hacia abajo a la tierra; y esto es lo que puede hacer el creyente. Él puede sentarse en los lugares celestiales: Cristo está allí como su Representante. El creyente puede tomar posesión de lo que tiene su Representante a nombre suyo. ¡Oh, vivir en el cielo, morar allí, dejar que el corazón sea transportado de esta pobre vida a la vida que está arriba! Allí es donde debemos estar, donde podemos estar si somos resucitados por la vida divina.
Una cosa más y habré concluido. Nos encontramos en esta posición, que Dios está obrando ahora en nosotros por medio de esta vida divina, para convertirnos en los más maravillosos reflectores de Su gracia que ha formado. Juntamente con Él nos resucitó y nos hizo sentar en los lugares con Cristo Jesús, "Para mostrar en los siglos venideros las abundantes riquezas de su gracia en su bondad para con nosotros en Cristo Jesús." Las edades venideras considerarán una maravilla a los hijos que han recibido la vida de Dios. Cuando Dios hizo el mundo, fue una maravilla, y los ángeles vinieron desde muy lejos para ver la obra de Sus manos. Pero cuando Cristo hace la nueva creación, no dirán ya más que Dios hizo el cielo y la tierra, sino que dirán con más altos acordes: "Él hizo a estos hombres y mujeres recién nacidos. Hizo para ellos, y en ellos, cielos nuevos y tierra nueva."
¡Ah!, amados, "Aún no se ha manifestado lo que hemos de ser." Dios nos ha dado una vida que es más preciosa que el diamante Kohinoor, una vida que tendrá mayor duración que el sol y la luna. Cuando todas las cosas que son, sean semejantes a la espuma del viejo océano que se disuelve en la ola que la transporta, y desaparece para siempre; nosotros todavía viviremos, y viviremos en Cristo, y con Cristo, glorificados para siempre. Cuando la luna se haya tornado negra como túnica de penitente, la vida que está dentro de nosotros será tan brillante como cuando Dios nos la dio por primera vez. Tú tienes el rocío de tu juventud, oh hijo de Dios; y tendrás todavía más de ese rocío, y serás semejante a tu Señor, cuando Él te libere de toda traza de muerte, y de la atmósfera corrupta de este pobre mundo, y ¡tú habitarás con el Dios vivo en la tierra de los vivientes por siempre y para siempre!
El resultado práctico de todo esto es que algunos de ustedes no saben absolutamente nada al respecto. Si no lo saben, que este hecho se grabe en ustedes. Si hay una vida divina en relación a la cual eres un extranjero, ¿por cuánto tiempo te mantendrás siendo extraño a ella? Si hay una muerte espiritual, y tú estás muerto, debes alarmarte; pues dentro de muy poco tiempo Dios dirá: "Sepultaré mis muertos de delante de mí." Y, ¿qué ocurrirá contigo cuando la palabra de Dios sea: "Apartaos, apartaos, apartaos, apartaos," y tú y el resto de los muertos sean apartados y conducidos al cementerio de las almas, al fuego que no se extinguirá nunca? "Dios no es Dios de muertos, sino de vivos," y a menos que recibamos vida para Él, Él no será nuestro Dios ni ahora ni después. Que el Señor estampe esta solemne verdad en todos sus corazones por medio de Su Espíritu; ¡por Cristo Jesús! Amén.
(1) Nota del traductor: Spurgeon se refiere a los traductores de la versión King James en inglés de la Biblia.
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