LLAMADO EFICAZ

"Todo lo que el Padre ma da, vendrá a mí; y al que a mí viene, no le hecho fuera" (Jn.6:37)

lunes, 9 de agosto de 2010

Base de Fe

Creo:
que solo la Escritura representa la única regla válida de fe y práctica para la iglesia cristiana. Ninguna revelación individual, ni manifestación, ni criterio particular, ni experiencia irá por encima de lo que ha sido ya revelado en la Palabra de Dios. Con esto nos reafirmamos en uno de los postulados más importantes de la Reforma: la Sola Escritura.

2 Pe. 1:19, 21; 2 Tim. 3:16; 1 Jn. 5:9; 1 Tes. 2:13.

Creo:
que Dios desde la eternidad, por el sabio y santo consejo de su voluntad, ordenó libre e inalterablemente todo lo que sucede. Sin embargo lo hizo de tal manera que Dios no es autor del pecado, ni hace violencia a la voluntad de sus criaturas.

Ef. 1:11, Stgo. 1:13.

Creo:
que a causa del pecado que libre y voluntariamente Adán y Eva cometieron, la muerte espiritual entró en la raza humana de tal manera que afectó a toda su descendencia. Por tal razón los seres humanos nacen con una naturaleza corrompida e inclinada al pecado. No pueden por sí mismos hallar el camino a Dios, ni cumplir sus requisitos.

Rom. 5:12, Ef. 2:1-5 Rom. 3:10-12, 1 Corintios 2:14.

Creo:
que Dios, por el puro afecto de su voluntad quizo escoger para salvación a ciertas personas, no por sus méritos ni cualidades particulares, sino por su elección soberana. A este pueblo elegido sacó de su condición espiritual miserable por medio de la iluminación y vivificación de su Santo Espíritu.

Rom. 8:29, Efesios 1:3-11, 2 Tes. 2:13-14.

Creo:
que tal acto soberano de elección está enseñado claramente en la Escritura y el mismo de ninguna manera hace a Dios injusto, sino que por el contrario exalta la grandeza, la soberanía y la justicia divina.

Rom. 9:13-24.

Creo:
que el pecador elegido es llamado eficazmente por medio del Espíritu Santo, quien lo regenera y vivifica, cambiando el corazón de piedra por un corazón de carne; lo cual produce como resultado un genuino arrepentimiento.

Ef. 2:1, Ez. 36:26.

Creo:
que el único medio de salvación establecido en el Evangelio es la Justificación por la fe solamente. Al pecador arrepentido le es imputada la justicia de Cristo de manera que es santificado por medio de la expiación y es adoptado como hijo de Dios. Las buenas obras son el resultado y evidencia de una verdadera regeneración, pero no son el medio por el cual podemos ser salvos. De manera que sostenemos conforme a las Escrituras, que la redención del impío es un acto total de la gracia de Dios.

Ro. 8:30, 3:24, 4:5-8; 2 Co. 5:19; Ro. 3:22, 24-28; Tito 3:5-7; Ef. 1:7; Jer. 23:6; 1 Co. 1:30-31; Ro. 5:17-19.

Creo:
que es imposible que un verdadero creyente pueda perder su posición como hijo de Dios y la vida eterna que ha sido prometida a todos los redimidos. Esta redención, no solo conlleva el acto legal de la justificación, sino la recepción del Espíritu Santo en el interior del redimido, que se convierte en morada o templo del Dios Altísimo desde la misma conversión.

Ef. 1:13; Hch. 19:2; Jn. 7:38-39.

Creo:
que el creyente posicionalmente está completo en Jesucristo. Está llamado sin embargo a una vida piadosa y sometida a la voluntad divina. Sostengo que la plenitud o llenura del Espíritu viene como consecuencia de la autonegación, la renuncia al pecado y la total entrega del redimido a la voluntad divina. Bíblicamente es un proceso continuo en el cristiano y no puede ser jamás confundido con una experiencia emocional o extática En el verdadero sentido del texto, el mandato es a ser "constantemente" llenos del Espíritu, y esto se demuestra, como vemos en los subsiguientes versos, en un estilo de vida, y no necesariamente en una experiencia momentánea.

Col. 2:9-10, Ro. 6:12-13, 12:1-2, Gál. 5:16-18, Ef. 5:18-20.

Creo:
que las emociones, como parte de la naturaleza humana, forman parte de la vida cristiana y de su legítima expresión. No deben ser éstas, sin embargo, las responsables de la determinación del propósito divino, ni de la interpretación de la verdad, ni del discernimiento espiritual. Declaramos que solo la palabra profética más segura, la Biblia, será la antorcha que alumbre a la iglesia y al creyente cuando camine en lugar oscuro.

Ef. 4:14, Heb. 5:12, 2 Pe. 1:19.

Creo:
que el bautismo del Espíritu Santo es exactamente lo mismo que el nuevo nacimiento o la regeneración. El creyente es bautizado con el Espíritu Santo una vez para siempre cuando se convierte y no en una o más experiencias posteriores. La señal o evidencia de ese bautismo del Espíritu Santo es el fruto del Espíritu y no el don de lenguas o “glosolalia”, ni ningún otro don espiritual. El bautismo del Espíritu a lo que se refiere la Palabra es el posicionamiento en el Cuerpo de Cristo.

Ef. 4:14, Heb. 5:12, 2 Pe. 1:19, 1 Co.12:12-13.

Creo:
que por medio de la salvación el redimido es totalmente librado de la potestad de las tinieblas y de Satanás y trasladado al reino del amado Hijo. La teoría de que un creyente puede ser poseído por un ente espiritual inmundo o que puede heredar de sus ancestros tales influencias, representa una severa aberración de la enseñanza bíblica. Afirmo que la lucha del cristiano contra el adversario es librada desde su posición en Cristo con la armadura que Dios le ha dado y contra un enemigo que ya ha sido derrotado en la cruz del Calvario.

Col. 1:13, Hech. 26:18, 1 Jn. 5:18, 2 Co. 5:17, Jer. 31:29-30, Col. 2:13-15.

Creo:
que el término unción, bajo el Nuevo Pacto, es sinónimo del Espíritu Santo. Por ende existe una sola unción que es recibida en la conversión, y no en una o más experiencias posteriores. Los atributos de la unción y del Espíritu Santo son los mismos en la Escritura: permanece en el creyente, y le enseña todas las cosas que debe saber.

1 Jn. 2:20, 27 Jn. 16:13.

Creo:
que la salud espiritual de un redimido no se mide sobre la base de su prosperidad económica o salud física. Declaramos que las prácticas de confesión positiva, visualización, o cualquier otra técnica en la cual el creyente pretenda manejar el poder de Dios o que le obedezca a ciertas palabras o reclamos, representa una afrenta a la soberanía divina y una práctica anticristiana perteneciente al discurso de la Nueva Era.

1 Tim. 6:6-10; Fil. 4:12; Heb. 11:36-39, Jn. 9:31; 1 Jn. 5:14; 2 Co. 12:7-9.

Creo:
que la Escritura no establece estilos sino principios de adoración para el creyente neo-testamentario. Los estilos y formas pertenecen más bien a la expresión del individuo y a la cultura de un pueblo. Los estilos son variables, pero los principios son inalterables. La adoración genuina debe ser sincera, voluntaria y dirigida a Dios en actitud de humillación, y total entrega. Para que la misma sea legítima debe desarrollarse como Jesús enseñó: “en espíritu y en verdad”. Rechazo cualquier teología de la adoración que pretenda imponer su propio estilo y práctica por encima de otras expresiones litúrgicas.

Jn. 4:23; Hch. 2:46.

Creo:
en el poder de Dios para sanar y obrar milagros en la actualidad. Ese poder actúa conforme a su soberana voluntad y no está sujeto a la voluntad humana, ni puede ser manipulado por ningún ser humano, ni transferido a objetos. Rechazo la promoción y el uso de objetos, alimentos, amuletos y artefactos como milagrosos o facilitadores de milagros y señales.

Aunque en la Escritura en ocasiones específicas Dios se valió de objetos para manifestar su poder (Arca del Pacto, vara de Moisés, serpiente de bronce, pedazos de ropa de los discípulos) no es la intención de Dios el que se promueva esta práctica la cual desvía la fe del creyente hacia el objeto o pretende manipular dicho poder como un campo de fuerza magnética.

Creo:
en la necesidad de que toda la cristiandad experimente un genuino despertar espiritual o avivamiento. Este despertar, de acuerdo a la Escritura, debe estar caracterizado por un gran amor y perseverancia hacia la Palabra como corte final de arbitraje y única palabra profética segura. También una carga por las almas que aún no han recibido el evangelio, y una convicción de pecado y humillación del pueblo de Dios. Todo ello trayendo como resultado una iglesia comprometida con la verdad, con la vida piadosa y con un profundo amor hacia la familia de la fe y al prójimo en general. Las señales y maravillas podrían acompañar tal evento, pero no representan la sustancia del mismo. Rechazo las enseñanzas y corrientes actuales de algunos llamados avivamientos. Esto es, todo tipo de manifestación que sea contraria a la Palabra, al carácter del Espíritu Santo, y que no aporte en nada a la salud espiritual de la iglesia cristiana.


Creo:
en la labor que tiene la iglesia cristiana en medio de la sociedad en la que le ha tocado vivir. Esta labor implica la proclamación de la verdad de Dios, defender toda causa justa y oponerse a todo aquello que sea injusto y pecaminoso, de acuerdo a los principios absolutos de Dios. Creemos que la iglesia tiene el deber de denunciar la inmoralidad y hacer todo lo que esté a su alcance, según los principios del Evangelio, para que tengamos una sociedad más justa y donde se promuevan los valores cristianos. Separación entre la iglesia y el estado no quiere decir sacar a Dios de los asuntos civiles, ni tampoco el que la iglesia se mantenga ajena a todo aquello que pueda menoscabar la justicia, la libertad de culto y los absolutos de Dios.

Creo:
en la unidad de todos los cristianos bajo los principios fundamentales de la Escritura. Reconocemos que puede haber diferencias de menor importancia que no deben ser motivo de separación (estilos de bautismo, estilos de adoración, diferencias escatológicas, gobierno de la iglesia). Identificamos como doctrinas esenciales: Salvación sólo por gracia, Inerrancia y autoridad de las Escrituras, Divinidad de Cristo y la Trinidad. Rechazo cualquier movimiento o filosofía de unidad sincretista y ecléctica en la cual se niegue nuestras creencias fundamentales o se promuevan los errores mencionados en esta declaración.

Sincretismo es la creencia de que la verdad es relativa y cada cual la percibe a su manera.

Ef. 4:1-6; 2 Jn. 1:9-10.

Creo:
en la segunda venida de nuestro Señor Jesucristo, la resurrección de los muertos y el juicio final. En un día que solo Dios conoce, Jesucristo descenderá del cielo visiblemente y reunirá a sus escogidos, resucitando a los muertos en Cristo y transformando a los creyentes que estén vivos. También los otros muertos serán resucitados y reunirá a todos los seres humanos para comparecer al día del juicio. Todo aquél cuyo nombre haya sido inscrito en el libro de la vida, será recibido en la gloria celestial. Pero aquél que no esté inscrito, será arrojado al castigo eterno en el gran lago de fuego y azufre.

2 Pe. 3:10, Hch. 1:11, Mr. 13:26-27, Apoc. 1:7, 1 Co. 15:50, 1 Tes. 4:16, Jn. 5:28-29, 1 Tes. 4:13-18, Apo. 20:11-15; 21:24-26.

No hay comentarios:

Publicar un comentario