Hace mucho tiempo el mono y el cerdo tenían mucho en común. Eran buenos amigos, muy inteligentes y sus colas eran muy parecidas. Un día el cerdo vino a visitar a su amigo y lo halló colgando de la cola en la rama de un árbol de mango. Esa posición le fascinó al cerdo y lo intentó, pero la rama del árbol se dobló por el peso del cerdo. Él siguió buscando donde colgarse de la cola hasta que vio un poste de hierro en la finca de su amo. Subió al poste, enredó el rabo alrededor de él y soltó sus manos, pero el pobre cerdo se cayó nuevamente y así llegó a tener su rabo rizado hasta el día de hoy.
Cuando leemos relatos así, sabemos que son fábulas y mitos. Tienen lugar en los cuentos de hadas, leyendas, y otra literatura ficticia, pero sabemos que no hallaremos tales mitos en las enciclopedias y libros de ciencia porque en esos tomos esperamos encontrar lo que es verdad.
Dios en su misericordia ha establecido un organismo para proclamar la verdad a las naciones. Esta entidad es la iglesia. Ella se llama la columna y baluarte de la verdad porque es fundada sobre la verdad del Señor Jesucristo como instruyó a sus apóstoles. Esa instrucción es el fundamento de la iglesia (Efe. 2:20) y es la fe encomendada una vez a los santos. Dicha fe es veraz, histórica, y confiable. Nos acercamos a la casa de Dios precisamente porque queremos saber la verdad sobre la naturaleza del Dios único y verdadero y para saber lo que él quiere de nosotros. Cuando vamos a una iglesia, no queremos oír la exposición de mentiras ni fábulas.
No obstante, la iglesia ha permitido la introducción de un mito que es sumamente pernicioso porque contamina la verdad y roba a Dios la gloria que él merece. Por años, muchos hombres han intentado matar a este monstruo que ha puesto su ídolo en la casa de Dios para ser adorado y exaltado. Sin embargo, el monstruo sigue vivo y capaz de alejar nuestras mentes de exaltar al Dios verdadero. Además, este mito es una raíz de engaño que permite que muchos se crean salvos sin mostrar los frutos de la salvación verdadera. ¿Qué es este mito? Es el mito del libre albedrío. Antes de continuar permítame definir este término y explicarlo. El libre albedrío es la innata capacidad humana por la cual el pecador clama a Dios para que le salve. Esta capacidad puede ser excitada por el Espíritu Santo y la Palabra de Dios, pero no admite la necesidad de una divina intervención soberana, autoritaria, y final. En otras palabras, aunque Dios tomó muchos pasos para salvar a los pecadores, al fin de cuentas, la salvación depende de la voluntad del hombre. Sin querer, muchos predicadores y laicos evangélicos atribuyen la eficacia de la obra de Cristo a la voluntad del hombre. Según ellos, la muerte en la cruz, la victoria sobre los muertos manifestada en la resurrección, y la mediación actual de Cristo logran nada más excitar la voluntad del hombre para que él pueda tomar la decisión salvífica. En otras palabras, estos hombres dicen que la salvación es del Señor, pero con su enseñanza de que la salvación es eficaz por la voluntad del pecador ellos se contradicen. Afirman que Dios no puede salvar hasta que el hombre esté dispuesto a abrir su corazón al Señor. De verdad, Dios ayuda a los que se ayudan a sí mismos, algo que enseñó Benjamín Franklin pero es una falsedad que está sin ningún apoyo bíblico. Ellos dicen que Dios espera pacientemente esa decisión humana cuando el hombre se decide a responder a los esfuerzos del Espíritu Santo para persuadirlo de su necesidad de Cristo. Sin la cooperación humana, no obstante, el Espíritu divino no puede realizar lo que desea: la salvación del pecador. Según los protagonistas del libre albedrío, la voluntad humana es la bisagra que abre la puerta de la salvación del individuo y Dios voluntariamente se sujeta a dicha voluntad.
A pesar de la popularidad de esta creencia, la Biblia dice otra cosa. La Biblia dice que Dios es el que abre los corazones para que todos los que han creído, creen, y creerán el evangelio pongan su fe en el Señor. Hechos 16:14 dice, “Entonces una mujer llamada Lidia, vendedora de púrpura, de la ciudad de Tiatira, que adoraba a Dios, estaba oyendo; y el Señor abrió el corazón de ella para que estuviese atenta a lo que Pablo decía.” La Palabra de Dios dice explícitamente que el Señor tocó a Lidia para que recibiera las buenas nuevas de Dios. El caso de Lidia no es único. El libro de Hechos se enfoca sobre el poder de Dios para salvar a los que quiera. No es la voluntad del hombre que inicia o termina la obra de la salvación, sino la voluntad de Dios para salvar a los que son ordenados para vida eterna (Hechos 13:48). A lo largo de este libro de la historia del evangelio se notará que Dios mismo añadirá a la iglesia los que habían de ser salvos (Hechos 2:47). Él dará la fe y el arrepentimiento a los que creen por su gracia (Hechos 11:18). La Biblia en toda parte atribuye la fe y salvación a la voluntad soberana de Dios. Por consiguiente, debemos de notar tres peligros de esta doctrina humanista: no es bíblica, es ridícula y roba al Señor de la gloria que se le debe por su salvación.
El libre albedrío y las Escrituras
El primer peligro es que el libre albedrío es contrario a la enseñanza bíblica del evangelio. Si somos de verdad un pueblo del Libro, debemos procurar de todo corazón ajustar nuestros pensamientos a la luz de las Escrituras. He aquí, un reto sencillo para los que creen en el libre albedrío: busque un solo pasaje que contenga esas palabras libre albedrío. Tal vez te sorprenda, pero esas palabras no se hallan en las páginas de las Escrituras. Ahora bien, admito que la ausencia de las palabras no prueba nada. Por ejemplo, todo cristiano cree en la Trinidad y esa palabra tampoco se halla en la Biblia. No obstante, es interesante que algo tan aceptado por tantos dentro de la iglesia no tenga ninguna mención en la Biblia.
Ahora, otro reto: halle un solo pasaje que diga explícitamente que la salvación es mediante la voluntad del hombre. Por supuesto, no pudiste hallar tal versículo porque no hay. Por supuesto, hay versículos que asumen nuestra responsabilidad de arrepentimiento y de creer en el Señor y hay muchos versículos que prometen la salvación a los que invocan el nombre del Señor, pero no hay ningún pasaje que dice que Dios espera o depende de la voluntad del hombre para salvarlo. No existen tales pasajes porque sencillamente el libre albedrío no tiene ningún papel en el plan de la redención. No son mis palabras, sino las palabras del Señor.
Mas á todos los que le recibieron, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios, á los que creen en su nombre: Los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, mas de Dios . Juan 1:12-13.
Mas á Moisés dice: Tendré misericordia del que tendré misericordia, y me compadeceré del que me compadeceré. Así que no es del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia . Romanos 9:15-16.
¿Qué nos dicen estos versículos? Nos dicen claramente que la voluntad divina es la que determina quienes reciben misericordia salvífica. Nos dicen que la voluntad del hombre no tiene nada que ver con nuestra adopción como hijos de Dios. Dios es Padre y un padre es el que engendra a hijos. El Padre celestial no es estéril. No requiere la vitamina de nuestro consentimiento para tener hijos. Él no depende de la fertilidad del corazón del pecador— ¡gloria y gracias sean dadas a Dios porque los pecadores son espiritualmente estériles!—sino que él engendra a hijos conforme a su poder soberano. Como mis cinco hijos no pudieron controlar su nacimiento, tampoco puede el pecador controlar su nacimiento espiritual. Por esta razón, Juan escribió que los que son hijos de Dios no nacieron por la voluntad de la carne ni tampoco por la voluntad de varón, sino de Dios. Cualquier persona que dice que el hombre tiene parte en la determinación de su salvación hace una afirmación sin apoyo bíblico.
Ahora, si la Biblia dice que la salvación no se debe a la voluntad humana, ¿cómo es que hay tantos que afirman que sí? La realidad es que este pensamiento se debe a un prejuicio humano. ¿Cuál es esa presunción? La presunción consiste en pensar que donde existe un mandamiento divino y la responsabilidad humana de obedecer, debe existir la capacidad de cumplir con ese mandamiento. La Biblia nos dice que el hombre tiene que creer en el Señor Jesucristo en su corazón y confesarlo con su boca. La Biblia manda a todos los hombres que dejen la iniquidad y que se vuelvan a Dios. Pero, la pregunta aquí es si los hombres tienen la capacidad para obedecer estos mandamientos. ¿Tiene el pecador que está muerto en sus delitos y pecados la capacidad de dejar de seguir a su padre espiritual Satanás y seguir en pos de Dios? La respuesta bíblica es no.
Repetidamente Dios manda a revelar al hombre su voluntad. Él, siendo misericordioso, quiere que sepamos cual es su expectativa de nosotros. Siendo santo, Dios no puede pedir nada menos que la perfección. No obstante, nosotros siendo pecadores, corruptos desde lo interior hasta lo exterior, hallamos que sus justas demandas son imposibles para nosotros. Él dice, por ejemplo, “Sed perfectos como Dios es perfecto.” Esto es un mandamiento dado a los oyentes pecaminosos del famoso Sermón del Monte predicado por Cristo Mismo. La expectativa de Dios es sumamente alta. ¿Esperaba Cristo que sus oyentes apuntaran una lista de las perfecciones de Dios e intentaran imitarlas? ¡Jamás! Toda imitación sería lejos de la gloriosa perfección de Dios. Sin embargo, Cristo está exigiendo algo imposible. Si usted no me cree, ¿le gustaría intentar cumplir con este mandamiento con su “libre albedrío, dedicación y compromiso? Por supuesto que no. Entonces, ¿por qué exige esta gran imposibilidad? ¿Para frustrarnos? ¡Claro que no! Entonces ¿por qué hace Dios esa demanda que nos es imposible obedecer? Hay por lo menos dos razones. Primero, su carácter exige que él demande la perfección. No puede darles a los hombres luz verde para seguir pecando. Él odia el pecado y ama la justicia. Por esta razón, exige lo que es conforme a su carácter santo. Pero en segundo lugar, Dios frecuentemente exige lo que humanamente es imposible para mostrarnos nuestra necesidad de la salvación en Cristo. Lo que Cristo hizo fue mostrar la incapacidad del ser humano de producir una sola obra que fuera aceptable por un Dios tres veces Santo. Con este solo mandamiento, él destruyó todo pretexto de los moralistas y religiosos de entrar en el cielo por medio de sus “buenas obras.” Además, él demostró la debilidad de la voluntad del hombre. Los fariseos fueron considerados justos, pero Cristo les indicó que su justicia no fue suficiente. Sus propósitos y disciplina y decisiones estaban muy lejos de lo que Dios exige. Lo que cada oyente debía haber hecho fue clamar por la misericordia y perdón que hay en Cristo.
Fue igual con los diez mandamientos. Dios no podría mandar algo en contra de su naturaleza. No podría decir, “Miente cincuenta veces en la vida, pero no cien veces.” Del corazón malvado—mi corazón y su corazón, Sr. Lector—salen las mentiras. ¿Somos capaces por nuestro libre albedrío evitar la mentira? Si usted responde que sí, está mintiéndose a sí mismo. No entiende la maldad de su corazón y mucho menos la santidad y expectativa altísima de Dios. Pero san Pablo explica por qué Dios nos dio la Ley. Fue diseñado para ser una guía al arrepentimiento. En otras palabras, la Ley perfecta de Dios fue creada para mostrarnos la gran pecaminosidad del hombre (Gálatas 3:19, 24). En resumen, Dios exige lo que nos es imposible hacer para mostrarnos su expectativa santa de nosotros y para que busquemos la justicia perfecta de Su Hijo quien obedeció perfectamente por los que confían en él.
Una ilustración final nos ayudará aquí. Como criaturas hechas a la imagen de Dios, nos portamos en una manera parecida, pero obviamente imperfecta. Como padre, yo soy la autoridad del hogar. Siendo un padre que ha recibido perdón divino, yo conozco la maldad de mi propio corazón y, lastimosamente, la maldad de los corazones de mis hijos. Sabiendo todo esto, es interesante que mis leyes no se conforman a la capacidad moral de mis hijos, sino a un estándar recto y bíblico. Exijo que mis hijos no mientan, no roben, no se peguen, no sean idólatras. No obstante, yo sé que mis hijos nunca podrán cumplir esas exigencias. ¿Qué hago? ¿Les excuso por tener corazones contaminados por la caída de Adán? ¿Les felicito por sus buenos intentos? ¿Quito las leyes por unas más tolerantes? No. Corrijo a mis hijos y les instruyo sobre la necesidad de correr al Señor para recibir perdón y ayuda para evitar la violación de las leyes de la casa.
Como resumen hemos dicho que no hay ningún pasaje bíblico que atribuya que la salvación se debe a la voluntad humana. Más bien, hemos visto que la Biblia afirma lo opuesto: la salvación desde el principio hasta el fin tiene todo que ver con la voluntad de Dios. Además hemos manifestado que el concepto del libre albedrío se debe a una presunción de parte de muchos que asumen falsamente que la responsabilidad humana de obedecer los mandamientos de Dios requiere la habilidad de hacerlo. Precisamente aquí, muchos fallan al entender que los mandamientos de Dios y nuestra responsabilidad de obedecerlos deben impulsarnos a clamar a Dios por misericordia. Lo que Dios no quiere que hagamos con sus mandamientos santos, justos y buenos es intentar cumplirlas con más ganas y el esfuerzo de una voluntad excitada. Ahora con esto en mente, veremos qué el concepto del libre albedrío es, según la Biblia, una contradicción de términos. Es, referente al pecador perdido en sus pecados, una gran paradoja.
La naturaleza de las cosas
Y dijo Dios: Produzca la tierra hierba verde, hierba que dé simiente; árbol de fruto que dé fruto según su género, que su simiente esté en él, sobre la tierra: y fue así. Y produjo la tierra hierba verde, hierba que da simiente según su naturaleza, y árbol que da fruto, cuya simiente está en él, según su género: y vio Dios que era bueno. (Génesis 1:11-12).
Cuando Dios creó el mundo, él estableció una ley: todo engendra conforme a su naturaleza. Un león tiene leoncillos. Un perro tiene perritos. Solamente en las revistas más sensacionalistas se hallan cosas como mujeres dando a luz a un bebé con cara de cerdo y cuerpo humano. Nos burlamos de esas noticias. Son fábulas de la peor clase y solamente los más tontos de la sociedad creerían sus noticias grotescas.
Pero hay una fábula más grotesca que cualquiera de ésas. La fábula es que el hombre carnal, muerto en sus pecados, puede engendrar cosas espirituales como la fe y el arrepentimiento y amor para el Hijo de Dios. El mito es que el pecador por su “libre albedrío” puede tener ganas de recibir al Señor sin nacer de nuevo. Cristo mismo dijo, “Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es.”
¿Qué significan estas palabras? Primero, todo produce conforme su naturaleza. El árbol se conoce por sus frutos. El árbol de manga no produce sandia y una vaca no produce pollo. La vaca produce carne y el árbol de manga produce mangas. De igual manera, el corazón malo produce solamente cosas malas. No puede producir la fe o el arrepentimiento que son en otros pasajes llamados dones de Dios (Hechos 11:18, 18:27; Efesios 2:8-9; Fil. 1:29; II de Tim. 2:24-25).
Pero hay otro significado a las palabras de Cristo. Los apetitos de la carne son carnales y los apetitos del espíritu son espirituales. Expresado de otra manera, nuestra naturaleza determina lo que haremos. Cristo sabía que el problema de la voluntad del hombre es la esclavitud a su naturaleza pecaminosa y dijo, “Porque todo aquel que hace lo malo, aborrece la luz y no viene a la luz para que sus obras no sean reprendidas” (Juan 3:20). Por esta razón, el hombre perdido en sus pecados tiene que nacer de nuevo, algo imposible para el hombre sin la intervención del Espíritu (Juan 3:5-8). Si algo no cambia en el pecador, seguirá huyendo de la luz porque su voluntad es esclava a su naturaleza pecaminosa.
Podríamos darle al león hambriento solamente melones, sandía, y naranjas y el león moriría de hambre con toda esa fruta rica enfrente de su boca. La razón es que el carnívoro no tiene ningún apetito para el fruto. Así, los autores bíblicos compararon la carne con el espíritu. Pablo, por ejemplo dijo, “Porque los que son de la carne piensan es las cosas de la carne; pero los que son del Espíritu, en las cosas del espíritu.” Pablo continúa y afirma que el libre albedrío no es libre sino un esclavo: Por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden .” El mejor teólogo en la historia de la iglesia, un hombre que amaba y no se avergonzaba del evangelio, dice aquí que la carne odia las cosas del Espíritu no puede sujetarse.
Así que, es imposible que el hombre ejerza libre albedrío, dado que tiene un albedrío esclavizado. Isaías niega rotundamente la existencia del libre albedrío escribiendo, “Nadie hay que invoque tu nombre, que se despierte para apoyarse en ti...Ahora pues, Jehová, tú eres nuestro padre; nosotros barro” (Isaías 64:7-8). Según Isaías el problema de la humanidad es que ellos no tienen la habilidad para apoyarse en el gran Salvador que es capaz de perdonarlos.
El profeta Jeremías también niega la existencia del libre albedrío con una pregunta, “¿Mudará el etíope su piel, y el leopardo sus manchas? Así también, ¿podréis vosotros hacer bien, estando habituados a hacer mal?” Obviamente, el leopardo por su voluntad no puede remover sus manchas ni tampoco puede el hombre con toda su capacidad elevada de razonar cambiar el color de su piel. De igual manera, los pecadores no pueden hacer otra cosa que seguir en la esclavitud de su pecado, no porque sus cuerpos sean malos, sino porque sus corazones son esclavizados al pecado.
La Biblia asume en todas partes que el hombre no es capaz de tomar una decisión por Dios sin la intervención soberana del poder del Espíritu Santo. Juan 6:44 dice que nadie puede venir a Cristo, si el Padre no le trajere. Si expresamos este versículo en una forma positiva podríamos decir, “Si alguno viene a Cristo es porque el Padre lo trajo.” Más tarde en el mismo capítulo Cristo dice que el espíritu da vida, la carne para ninguna bondad espiritual aprovecha. Y cierra sus argumentos con estas palabras, “Ninguno puede venir a mí si no le fuere dado del Padre.” Pero, ¿por qué es así? ¿No nos parece que el hombre tiene libertad para hacer muchas cosas?
El famoso predicador Jonathan Edwards nos ayudará a contestar esta pregunta. Edwards entendió que hay dos tipos de libertad. La primera, él llamó libertad natural y la segunda llamó la libertad moral. La libertad natural es la capacidad innata del cuerpo y la libertad moral es la libertad del corazón.
Ilustraré estos conceptos para usted. Hablemos de la mano. La mano actúa conforme a la disposición de los hombres. Hay personas que roban con sus manos y dedos y hay otros que no. No es la esencia de la mano que difiere en la persona honesta y el ladrón. No hay ningún gene que haga que los dedos roben plata, comida y otras cosas. Tampoco, no hay ningún gene que hace que la mano de la persona honesta evite el robar. El problema no es la mano. La mano tiene libertad natural para robar o no robar. El ladrón, por ejemplo, tiene libertad natural para controlar sus manos para no robar hasta que tenga una oportunidad de hacerlo en secreto. El problema yace más bien en la naturaleza de la mente y corazón de la persona. Lo que falta es la libertad moral. No es ladrón porque roba sino que él roba porque su corazón es malvado y desea robar. Cristo dijo que del corazón salen los hurtos y otros pecados. Así que los que piensan que pueden eliminar el crimen al quitar las armas de las manos de la ciudadanía estarán tristes al descubrir que ellos matarían hasta con un destornillador. Cada persona actúa conforme a su corazón.
Ahora, ¿qué dice la Biblia respecto a la disposición del corazón? ¿Hay un solo pasaje que nos indique que unos hombres tienen disposiciones menos malas que los que rechazan a Cristo? La Biblia afirma que nuestra disposición antes de experimentar la gracia del Señor fue igual a todos los pecadores. Fuimos hijos de desobediencia como los demás Efe. 2:3. Fijémonos que aquí Pablo habla no tanto de nuestras acciones. Hay una variedad de acciones que condenan a los hombres en el juicio final. Habrá ladrones condenados; mentirosos, condenados; etc. Pero, hay algo común en todos ellos, un corazón no arrepentido e incrédulo. Para el apóstol no había ninguna diferencia dentro de nosotros que nos hizo salvarnos. Él nos dio vida cuando estábamos muertos en delitos y pecados. Él nos resucitó de la muerte espiritual. Efesios 2 y de verdad todo el libro nos afirma que cada paso de nuestra salvación sucedió porque Dios hace todas las cosas conforme a su voluntad (Efesios 1:11). El énfasis de este pasaje es la voluntad soberana en la salvación de los elegidos. He aquí, una gran verdad: Dios, no nosotros, tiene libre albedrío.
Me gustaría hacer una pausa aquí para considerar la última oración. Muchos defienden el libre albedrío porque, según ellos, Dios no tiene derecho de interferir con la voluntad del hombre. Eso haría del hombre un robot o títere, controlados por la voluntad de Dios y así no serían libres los hombres. Quiero enfatizar que el hombre no es un robot y ejerce su voluntad cientos de veces cada día. Además quiero enfatizar que Dios capacita la voluntad de todos los elegidos para que voluntariamente crean en el Señor Jesucristo. No obstante, se me ocurre que los defensores de libre albedrío están dispuestos a privar a Dios de su libre albedrío. Estos hombres afirman que Dios desea salvar a todos los hombres pero su voluntad se frustra por el libre albedrío del hombre que lo rechaza (y siempre lo hará si el Espíritu no actúa). Entonces, Dios no consigue lo que quiere para que el hombre consiga lo que quiera. Tal pensamiento, hace que Dios, por lo menos en el tiempo presente, sea controlado en contra de su voluntad para hacer lo que no quiere. Pero Dios es libre, mi hermano y “todo lo que Jehová quiere, lo hace en los cielos, y el la tierra, en los mares y en todos los abismos” (Salmo 135:6).
¿Con quién estamos agradecidos por nuestra fe: nosotros mismos o Dios?
El comediante Bill Cosby relata la ironía de ser padre de un atleta famoso. El padre entrena a su hijo para ser un deportista excelente. Él pasa horas con su hijo, disciplinando su cuerpo y mente. A los tres años, él niño juega a nivel de los de doce y a los doce, su hijo está frustrando a los de diez y ocho. Por fin, ese hijo está listo para jugar los deportes y sobresale. Pronto tiene una beca a una universidad. Su padre prende el televisor para ver a su hijo demostrar los talentos que él le había inculcado. Sobresale en el partido y cuando la victoria es garantizada, la cámara de televisor se enfoca sobre ese atleta. Con el índice levantado y viendo que las cámaras están enfocadas sobre él, él mira a su padre por la lente de esa cámara y dice esas palabras: “¡Hola, Mamá!”
Debemos siempre dar gracias a Dios por vosotros, hermanos, como es digno, por cuanto vuestra fe va creciendo... (II de Tes.1:3).
Según Efesios 1:6, 12, 14 somos salvos para resaltar la gloria de Dios. El fin de todo decreto divino es su propia gloria. Siendo Dios, él lo ha establecido así y será así. Un poco más tarde en esta carta, Pablo nos informa: “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios, no por obras para que nadie se gloríe” (Efesios 2:8-9).
El peligro y la razón por la que tantos han pasado horas refutando esta enseñanza es porque la persona que dice que su voluntad fue el factor determinante de su salvación intenta robarle a Dios de su gloria. Dios es tanto el Autor como el Consumador de nuestra fe. Él nos dice:
Pues, mirad, hermanos, vuestra vocación, que no sois muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles; sino que lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios para avergonzar a lo fuerte y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es, a fin de que nadie se jacte en su presencia. (I de Corintios 1:26-29). .
Me gustaría resaltar tres verdades aquí. El primero es que Dios nos escogió. Tres veces hallamos esta palabra repetida. Muchos son llamados pero pocos son escogidos. Dios escoge al pecador; el pecador no puede escoger a Dios porque Dios es odiado (Juan 3:19-20). Dios es la peor opción de su vida. Muchos odian la doctrina bíblica de la elección soberana. Ellos suavizan esta doctrina que Dios escoge a los que cooperan con Él. Pero, Él no llama a los que cooperan con él. Ciertamente, Pablo no lo consideró así. Dios lo había apartado desde el vientre de su madre y un día eficazmente lo llamó. El perseguidor de los cristianos que anhelaba destruir el cristianismo de una vez y para siempre fue escogido por Dios no porque estaba dispuesto a cooperar, sino porque así lo quiso Dios. Ciertamente, el mejor teólogo de la iglesia, el apóstol Pablo, no conocía nada de la salvación por la voluntad humana, sino que todo se debió a la gracia del Señor. Él no nos llama a la luz de lo que él sabe que haremos con la salvación ofrecida. Si fuera así, no habría consolación para nosotros que aunque perdonados seguimos tan débiles y tan inadecuados para amar y servir de una manera digna a nuestro Redentor. Si Dios por su omnisciencia nos escogiera porque él puede ver nuestra decisión para él, nos escoge por lo que haremos y así la gracia es de mérito. Hay otros que dicen que este pasaje no tiene nada que ver con la salvación sino con el servicio. Pero esto no coincide con el siguiente versículo que dice que “Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención.” Este pasaje tiene todo que ver con nuestra salvación, desde el principio hasta el fin.
La segunda verdad es observar a los que son escogidos. Son viles, débiles, y necios. Entonces, si Dios no me escogió debido a mi fe y obediencia, ¿por qué me escogió? Leí recientemente un libro que atribuye la elección de Dios a una necesidad. El autor decía creer en la elección pero dijo que cuando Dios necesitaba a un siervo, él escoge a uno. Casi es una blasfemia y no me consuela nada. No puedo creer que Dios me escogió porque me necesitaba para servirle a Él en Costa Rica. Me acuerdo de una fiesta navideña cuando muchos misioneros estaban hablando del ministerio y comenté inocentemente que éramos los más afortunados para servirle a Dios en esta capacidad. Seguía diciendo que Dios ciertamente no nos necesitaba. La reacción de un misionero me sorprendió cuando me replicó que Dios sí nos necesitaba. No podría vivir ni un día si yo pensara que Dios me necesita para hacer su obra. Renunciaría mañana si me enterara que fuera así. Entonces, ¿por qué nos escogió? Me encantan las palabras de Deuteronomio 7:7-8:
No por ser vosotros más que todos los pueblos os ha querido Jehová y os ha escogido, pues erais el más insignificante de todos los pueblos; sino por cuanto Jehová os amó ....
¡Qué alivio que Dios puso su mirada amorosa sobre mí, no por algo dentro de mí, sino porque libremente me amó! No hay nada más consolador para un hijo que saber que es amado a pesar de todas sus fallas, fracasos y defectos. Así nos ha amado y escogido Dios del principio hasta el fin.
Finalmente, quiero llamar su atención sobre el propósito del escoger divino: “a fin de que nadie se jacte en su presencia.” Dios escoge conforme a su voluntad salvar a personas como nosotros para que no nos jactemos. He oído a muchos cristianos menospreciar a los impíos que rechazan el evangelio. Pero, ¿por qué no lo rechazamos nosotros? La Biblia nos responde que nuestro creer nos ha sido concedido por Dios (Fil. 1:29). Dios ha producido tanto el querer como el hacer por su—no nuestra—voluntad (Fil. 2:13). ¿Qué nos hace diferentes? ¿Algo dentro de nosotros? Pablo sabiamente nos ayuda aquí diciendo, “Porque ¿quién te distingue? ¿o qué tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿por qué te glorías como si no lo hubieras recibido?” (I de Cor. 4:7). ¿Por qué no hemos rechazado el evangelio como tantos? La respuesta bíblica no es el libre albedrío sino el cegamiento del diablo. “Pero si nuestro evangelio está aún encubierto, entre los que se pierden está encubierto; en los cuales el dios de este siglo cegó el entendimiento de los incrédulos” (II de Cor. 4:3-4). Entonces, ¿por qué vemos nosotros? ¿Por qué clamamos a que Cristo nos salvara? ¿Debido a nuestro ejercicio del libre albedrío? Nuevamente, la respuesta es negativa. La respuesta es que “Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz, es el que resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo” (II de Corintios 4:6). El poderoso Creador que habló y así creó el mundo entero ejerció su voluntad en hacernos ver nuestra necesidad profunda de la salvación que se halla únicamente en Jesucristo.
El conocido teólogo Juan Murray escribió un libro llamado La redención consumada y aplicada . En ese libro él dice que cada aspecto de nuestra salvación desde nuestra elección hasta nuestra glorificación venidera se debe a la gracia de Dios. Los defensores del libre albedrío, no obstante, no pueden afirmar la verdad de este título. Para ellos la salvación fue consumada, aunque solamente hipotéticamente—algo contrario a lo que Cristo dijo en la cruz—y su aplicación depende de nosotros. Me pregunto que harían estos creyentes del libre albedrío si publicara un libro, Cómo hice eficaz la obra de Cristo . ¿Comprarían los defensores del libre albedrío ese libro? ¡Jamás! Ese título priva al Señor Jesucristo de su gloria merecida. Me alegraría que estos hombres se enojaran con un libro así. Es una blasfemia. Pero, muchos de estos mismos hombres nos dirán que Cristo hizo su parte; ahora le toca a usted a escoger a Cristo. Pero, hermano, considere la gran contradicción. Si nosotros tenemos que hacer nuestra parte para ser salvo, cooperamos con Dios en procurar nuestra salvación. Y tal cosa no es salvación por gracia sino por un poquito de mérito. ¿Qué mérito tenemos? ¿Qué hemos contribuido a nuestra salvación? Me encanta la respuesta de James Boice: “solamente la maldad de nuestro pecado.”
Por ende, James Boice, junto con Martín Lutero, Jonathan Edwards, los apóstoles Juan, Pedro y amado Pablo y David, Moisés y todos los santos durante todos los siglos están unidos en cantar este himno:
Digno eres de tomar el libro y abrir sus sellos; porque tú fuiste inmolado, y con tu sangre nos has redimido para Dios, de todo linaje y lengua y pueblo y nación; y nos has hecho para nuestro Dios reyes y sacerdotes, y reinaremos sobre la tierra (Apoc. 5:9-10).
¡Solí Deo Gloria!
Amén.
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