EL NACIMIENTO DE UN BEBÉ ES ALGO MARAVILLOSO, ES MARAVILLOSO para la madre y para el padre. Pero también es maravilloso para los médicos y las enfermeras quienes siempre hablan sobre "el milagro" del nacimiento aunque han presenciado la entrada de cientos y hasta de miles de niños a este mundo. En ocasiones, como en el caso del nacimiento de un niño de padres famosos, la noticia es transmitida por los
diarios, la radio y la televisión. No hay, sin embargo, ningún nacimiento humano que pueda ser comparado con el nacimiento sobrenatural de un hijo de Dios mediante el Espíritu de Dios. El mundo alrededor puede mostrar poco interés en este acontecimiento. Muy pocas personas en el mundo se interesaron en el nacimiento de Cristo, aunque los ángeles celebraron la natividad con su cántico en los cielos de los campos de Belén. De la misma manera, muy pocos prestan atención al nacimiento de un hijo de Dios en la actualidad. Pero a pesar de ello, como dijo Jesús: "Así
os digo que hay gozo delante de los ángeles de Dios por un pecador que se arrepiente" (Lc. 15:10). El nacimiento de un hijo de Dios es una resurrección espiritual, el pasaje de una persona, que estaba muerta en sus delitos y pecados, a una nueva vida. Un hijo de ira se convierte en un hijo del Padre que está en
los cielos. El término teológico para este nuevo nacimiento es la regeneración.
La secuencia en la salvación A pesar de la importancia que tiene la regeneración, no constituye la totalidad de la salvación y no debería ser vista como un fin en sí misma. John Murray observa en Redemption Accomplished and Applied ("La redención
lograda y aplicada") que de la misma manera que Dios hizo que la tierra estuviera llena de cosas buenas para satisfacer a los hombres y las mujeres, así también nos roció con una abundancia de bienes en nuestra salvación. "Esta sobreabundancia aparece en el eterno consejo de Dios respecto a la salvación: aparece en el
logro histórico de la redención por la obra de Cristo hecha una vez y para siempre; y aparece en la aplicación continua y progresiva de la redención, hasta que alcance su consumación en la libertad de la gloria de los hijos de Dios".1 Los adjetivos continua y progresiva para describir la redención ya nos están indicando que el nuevo
nacimiento, si bien tiene una real importancia, es sólo un paso en el proceso eterno. Mientras que el logro de nuestra redención por la muerte de Jesús fue un acontecimiento único, su aplicación comprende una serie de actos y procesos que reciben el nombre de ordo salutis, o "pasos en la salvación [de Dios]".
¿Cuáles son estos pasos? Un acto muy evidente es la elección determinante de Dios que ocurre antes del nuevo nacimiento. Los versículos tales como el de Juan 1:12-13 apuntan hacia esto. Quienes se convierten en "hijos de Dios" no han sido engendrados "de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de
Dios". Y en Santiago 1:18 leemos que "Él, de su voluntad, nos hizo nacer por la palabra de verdad, para que seamos primicias de sus criaturas".
Hay otros actos y procesos que suceden al nuevo nacimiento. Juan 3:3 dice: "El que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios"; y Juan 3:5 agrega: "El que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios". El nuevo nacimiento es un requisito previo para poder ver el reino de Dios y entrar en él.
Otra afirmación que puede resultar de ayuda la encontramos en 1 Juan 3:9: "Todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en él; y no puede pecar, porque es nacido de Dios". Juan no está hablando sobre la perfección en este versículo, ya que con anterioridad ha dicho que los
cristianos también pecan. Si dicen lo contrario, o se están engañando o están mintiendo —"Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros" (Jn. 1:8)—. Está hablando sobre la santificación que sucede a la regeneración y que es el progresivo crecimiento en la santidad
del individuo que se ha convertido en un hijo de Dios. Romanos 8:28-30 agrega la justificación y la glorificación. "Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las
cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados. Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos. Y a los que predestinó, a éstos también llamó; y a los que llamó, a éstos
también justificó; y a los que justificó, a éstos también glorificó". En estos versículos la presciencia y la predestinación están relacionadas con la determinación primaria de Dios. El llamado, la justificación y la glorificación están relacionadas con la aplicación de la redención directamente en nosotros. De la enseñanza de Pablo en otros lugares, sabemos que la justificación presupone la fe (Ro. 5:1), por lo que podemos colocar la fe antes de la justificación, pero después de la regeneración. La santificación sucede a la justificación y viene antes
que la glorificación. En el esquema final tenemos: la presciencia de Dios, la predestinación, el llamado efectivo anosotros, la regeneración, la fe y el arrepentimiento, la justificación, la santificación y la glorificación.2
Estos pasos, además, pueden ser subdivididos y en algunos casos hasta combinados entre sí. Pero esta es la secuencia general presentada en las Escrituras y, por lo tanto, de mucha ayuda para comprender cómo Dios nos salva. Debemos notar que antes que ninguna otra cosa nos encontramos con la elección eterna de Dios. En
lo que respecta a nuestra experiencia personal, el primer paso es nuestra regeneración espiritual.
La iniciativa divina
El nacer de nuevo es una metáfora del paso inicial en la salvación. Su uso se remonta a Jesús mismo. Jesús no buscaba enseñar la necesidad de un nuevo nacimiento literal y físico. Esto seria un contrasentido, como lo reconoció Nicodemo. "¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo?... ¿Cómo puede hacerse esto?" (Jn. 3:4,9).
Lo que Jesús buscaba mostrar era la necesidad de un nuevo comienzo. Tuvimos un primer comienzo con Adán. Fue un comienzo promisorio. Pero lo arruinamos por causa de nuestro pecado. Lo que necesitamos ahora es un nuevo comienzo donde "las cosas viejas pasaron" y "todas son hechas nuevas" (2 Co. 5:17). La metáfora del nuevo nacimiento además está señalando que la regeneración es obra de Dios y no una
obra de los seres humanos pecaminosos. Una persona no puede nacer físicamente por su propia voluntad. Sólo cuando un óvulo es fecundado por un espermatozoide, y luego crece y finalmente entra en el mundo es que el nacimiento tiene lugar —un proceso iniciado y alimentado por los padres—. De la misma manera, el nacimiento
espiritual es iniciado y alimentado por nuestro padre celestial sin ninguna intervención de nuestra parte.
La primera referencia al nuevo nacimiento en el evangelio de Juan, Juan 1:12-13, nos dice todavía más. "Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios". Cada
una de estas tres negativas —no de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón— es de particular importancia.
"No de sangre" significa que la regeneración no es por causa de un nacimiento físico. Para algunas personas, quiénes son sus antepasados puede ser muy importante. En los días de Jesús había miles de judíos que creían que estaban bien con Dios porque eran descendientes de Abraham (Jn. 8:33). Eran como Pablo, orgullosos de haber sido "circuncidado(s) al octavo día, del linaje de Israel, de la tribu de Benjamín, hebreo de hebreos" (Fil. 3:5). Abraham había recibido promesas de Dios de que estaría con él y sus descendientes espirituales para siempre. Por esto es que los judíos creían que habían sido hechos justos porque descendían de Abraham físicamente. Jesús señaló que Dios estaba interesado en una relación espiritual y que sus acciones estaban en realidad demostrando que eran hijos del demonio (Jn. 8:44). De la misma manera, hay muchas personas hoy en día que creen que están bien con Dios simplemente porque sus padres son cristianos y viven en una comunidad llamada cristiana. Sin embargo, el nacimiento físico no salva a nadie.
"Ni de voluntad de carne" es más difícil de interpretar. San Agustín, que tomó la frase "no de sangre" como refiriéndose al nacimiento humano (como yo también lo he hecho), tomó la frase "ni de voluntad de carne" como refiriéndose a la participación de la mujer en la reproducción y la frase "ni de voluntad de varón" como
refiriéndose a la participación del hombre. Lutero refirió "la voluntad de la carne" a un acto de adopción, Frederick Godet a la imaginación sensual, Calvino al poder de la voluntad. ¿Podemos superar estas diferencias? Es posible, si consideramos que en el Nuevo Testamento la palabra carne se refiere a nuestros apetitos naturales, y a nuestros deseos sensuales y emocionales. Podemos aproximamos a lo que Juan quiso significar si decimos que un pueblo no puede convertirse en hijos de Dios por el ejercicio de sus sentimientos o emociones.
Algunos hoy en día creen que son cristianos simplemente porque reciben una cierta clase de bienestar emocional cuando asisten a cierto tipo de culto religioso o porque son conmovidos y hasta lloran en una campaña de evangelismo. La emoción bien puede acompañar una experiencia genuina del nuevo nacimiento, pero el nuevo nacimiento no será producto de esa emoción. La tercera frase, "ni por voluntad de varón", es más fácil de comprender. Nadie puede convertirse en un hijo de Dios por su propia voluntad. En esta vida es posible que nos abramos camino mediante nuestra
determinación, pero no es posible que seamos nacidos de nuevo de la misma manera. Podemos tener muy pocos bienes de este mundo, pocos valores, una educación pobre y poca capacidad. Sin embargo, es posible trabajar duro, asistir a clases nocturnas, conseguir un trabajo mejor, y eventualmente, llegar a ser bastante rico. Es posible entrar en la política y llegar a ser un representante o hasta el presidente. Otros nos elogiarán y presentarán nuestra historia como el fruto de la determinación conjugada con un poco de buena suerte. Pero no hay nada que nos haga ser el hijo o la hija natural de una pareja de padres si hemos nacido de otros padres.
Nada nos convertirá en hijos de Dios si Dios mismo no produce el nuevo nacimiento.
La gracia de Dios es el requisito para convertirse en hijos de Dios. Aunque nosotros debemos creer en Jesús como el Salvador divino para convertirnos en cristianos, creemos porque Dios mismo ha tomado la iniciativa de sembrar la vida divina en nosotros.
El viento y el agua
La imagen del nuevo nacimiento también contribuye para que podamos entender qué sucede cuando Dios toma la iniciativa en la salvación. Nicodemo vino a Cristo para hablar sobre la realidad espiritual, pero Jesús respondió a los comentarios de Nicodemo diciéndole que nadie puede entender, y mucho menos entrar en las realidades
espirituales, si él o ella no ha nacido de nuevo. La palabra que aquí se tradujo "de nuevo" es anóthen que no sólo significa "de nuevo" sino "de lo alto". Jesús le estaba diciendo a Nicodemo que antes tenía que ser el depositario de esta gracia gratuita de Dios. Nicodemo no comprendía. "¿Cómo puede un hombre nacer siendo
viejo? ¿Puede entrar por segunda vez en el vientre de su madre, y nacer?" Jesús le respondió: "De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios... El viento sopla de donde quiere, y oyes su sonido; mas ni sabes de dónde viene, ni a dónde va; así es todo aquel que es
nacido del Espíritu" (Jn. 3:4-5,8). Una vez que hubo identificado la fuente del nuevo nacimiento, Jesús entonces pasó a hablar sobre cómo tiene lugar la regeneración. ¿Pero qué significa nacer "de agua y del Espíritu"? ¿Y por qué Jesús menciona al "viento"? Hay un número de explicaciones. Según la primera, agua se refiere al nacimiento físico (donde la aparición del bebé está acompañada del líquido amniótico de la madre), y viento (spiritus) significa el Espíritu Santo. De acuerdo con esta explicación, Jesús le está diciendo que para que una persona sea salva tiene que nacer primero físicamente y luego espiritualmente.
Es difícil encontrar una falacia en esta conclusión. Es evidente que si alguien ha de ser salvo tiene que estar físicamente vivo y además nacer de nuevo espiritualmente. Pero esto no parece ser el significado que Cristo tenía en mente. Por un lado, la palabra agua nunca es utilizada de esta manera en las Escrituras. Nuestros pensamientos en este sentido son modernos. Segundo, una referencia a la necesidad del nacimiento físico resulta tan obvia que cabría preguntarse si Jesús habría gastado palabras para referirse a ella. Tercero, el agua no puede estar refiriéndose al nacimiento físico porque, como vimos en Juan 1:13, el nacimiento físico no tiene ningún peso en la regeneración.
Una segunda interpretación de esta frase seria la de tomar agua como significando el agua del bautismo cristiano. Pero el bautismo no está presente en este capítulo. En realidad, la Biblia nos enseña que nadie puede ser salvo por ningún rito religioso externo (1 S. 16:7; Ro. 2:28-29; Gá. 2:15-16; 5:1-6). El bautismo es un signo
importante de lo que ya ha tenido lugar, pero no es el medio por el cual somos regenerados. La tercera interpretación toma tanto al agua como al viento en un sentido simbólico. El agua, según esta interpretación, se refiere al lavamiento; el viento se refiere al poder. Es así como un persona debe ser lavada y llena de poder.3 Si bien es cierto que los pecadores deben ser lavados de sus pecados, y es nuestro privilegio como cristianos el tener poder de lo alto, resulta difícil pensar en que este es el significado del pasaje. Por un lado, en el resto del Nuevo Testamento, el lavamiento y el poder acompañan al nuevo nacimiento o le suceden, mientras que según estos versículos tratan el cómo tiene lugar el nuevo nacimiento. Además, ni el lavamiento ni el poder se relacionan con la metáfora del nacimiento, como parece ser requerido.
Kenneth S. Wuest ha propuesto una cuarta explicación, basándose sobre el uso de agua como metáfora en otros textos del Nuevo Testamento. El agua se usa varias veces en las Escrituras para referirse al Espíritu Santo. En el capítulo 4 de Juan, por ejemplo, Jesús le dice a la mujer samaritana que él le dará "una fuente de agua
que salte para vida eterna" (Jn. 4:14). El lenguaje de Juan 7:37-38 es casi idéntico al de 4:14. Juan agrega: "Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en él" (vs. 39). Wuest también hace referencia a Isaías 44:3 y 55:1, pasajes que debían haber sido conocidos por Nicodemo. Siesta es la interpretación correcta, entonces "del agua y del Espíritu" es una redundancia. La conjunción y debería ser tomada en su sentido enfático. Es posible parafrasear este pasaje usando la palabra siquiera. Jesús estaría diciendo: "De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua, o siquiera del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios".4 La explicación provista por Wuest es buena, pero yo siempre he tenido la sensación que todavía es posible decir algo más al respecto. Además de ser una metáfora para el Espíritu, el agua también es utilizada en la Biblia para referirse a la Palabra de Dios. Efesios 5:26 dice que Cristo amó a la iglesia y se entregó a sí mismo por ella "para santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la palabra". En 1 Juan 5:8, el mismo autor que escribió el cuarto evangelio, escribe sobre tres "que dan testimonio en la tierra: el Espíritu, el
agua y la sangre". Como luego continúa hablando sobre el testimonio escrito de Dios sobre el hecho que la salvación es en Cristo, el Espíritu debe referirse al testimonio de Dios dentro del individuo, la sangre al testimonio histórico de la muerte de Cristo y el agua a las Escrituras. Las mismas imágenes están presentes en
Juan 15:3: "Ya vosotros estáis limpios por la palabra que os he hablado". Hay otro versículo importante que cita a las Escrituras como siendo el canal a través del cual procede el nuevo nacimiento aunque sin usar al agua como metáfora. Santiago 1:18 dice: "El, de su voluntad, nos hizo nacer por la palabra de verdad, para que
seamos primicias de sus criaturas". Cuando consideramos las palabras de Cristo a Nicodemo, a la luz de estos pasajes, podemos apreciar a Dios como siendo quien realiza la concepción divina, el Padre de sus hijos espirituales, y a la Palabra de Dios empleada por el Espíritu Santo como el medio por el cual la nueva vida espiritual es engendrada. Es decir, en Juan 3:5 Jesús está utilizando dos imágenes: el agua y el viento. La primera representa la Palabra de Dios, y la segunda el Espíritu Santo. Está enseñándonos que mientras la Palabra es compartida, enseñada, predicada y hecha conocer, el Espíritu Santo la utiliza para traer a luz nueva vida espiritual en los que Dios está salvando.
Este es el motivo por el cual la Biblia nos dice que le agradó a Dios salvarnos por la locura de la predicación (1 Co. 1:21; Ro. 10:14-15).
La concepción espiritual
Hay otro versículo que trata sobre el nuevo nacimiento y que aclara lo que he venido diciendo. Es 1 P 1:23 que dice: "Siendo renacido, no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios que vive y permanece para siempre".
En este primer capítulo de 1 Pedro, el apóstol ha dicho que una persona se incorpora a la familia de Dios porque Cristo murió (vs. 18-19) y mediante la fe (vs. 21). A continuación, Pedro resalta el hecho que Dios es el Padre de sus hijos asemejando la Palabra de Dios al esperma humano. La Vulgata Latina hace esto más claro
que nuestra versión inglesa, ya que la palabra utilizada allí es semen.
Pongamos juntas estas enseñanzas y las imágenes de estos pasajes. Dios primero siembra en nuestro corazón lo que podríamos llamar el óvulo de la fe salvífica, ya que se nos dice que la fe no se origina en nosotros, sino que es "un don de Dios" (Ef. 2:8). Segundo, envía la semilla de su Palabra, que contiene la vida
divina dentro de ella, para que penetre el óvulo de nuestra fe. El resultado es la concepción. Entonces, una nueva vida espiritual es concebida, una vida que tiene su origen en Dios y no tiene ninguna conexión con la vida pecaminosa que la rodea. Por eso es que ahora podemos decir que "si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron, he aquí todas son hechas nuevas" (2 Co. 5:17). Nadie puede volver a ser el mismo después que el Espíritu Santo de Dios ha entrado en su vida para implantar la vida de Dios dentro de él o de ella.
Fundamentos de la fe cristiana James Montgomery Boice
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